En aquel lugar todo resultadaba demasiado sórdido, viejo, polvoriento, casposo diríamos... Los pacientes venían con La Gaceta bajo el brazo y poco les faltaba para cantar el cara al sol, apolillados con sus trajes viejos, de los años ochenta o antes, de esos de cuadro pequeño y botones dorados extraños. Había uno en concreto que tenía el himno de España como tono del móvil, con parada militar incluida - decía, el muy feudal. Pero de todos los que pudieron pasar en el tiempo que estuve trabajando allí, aquel con quién más sorprendido me vi fue uno que rezumaba a viejo por los cuatro costados. Que no se entienda que yo tengo algo en contra de la vejez física, todo lo contrario, de hecho por esos tiempos complementaba ese trabajo con otro en un centro de día de ancianos donde aprendía mucho sobre la experiencia y las canas. Pero sí que soy un ferreo combatiente de la vejez mental y el apoltronamiento de la razón, esa que practicaban en esta clínica y sobretodo, la que este viejales expulsaba como un aroma propio. Porque es cierto que olía raro, quizá por lo rancio de su alma, las impurezas del clasismo o puede que simplemente, se estuviera muriendo.
Teníamos por costumbre hacer sesiones manuales de media hora, pues era el tiempo en el que se citaba a cada paciente. Debo reconocer que no se trabajaba mal, el médico, un adicto del régimen franquista, no te pedía mucho más que hicieras tu trabajo para conseguir el mejor resultado. Pero aquel hombre, que me fue presentado por el doctor como si de una especie de marqués se tratase, decía que tenía fatal dos hombros, una rodilla, la cadera...un cromo de mucho cuidado. Cuando pregunté sobre su diagnóstico, el jefe me habló de algún problema en el hombro y poco más; sin embargo este vetusto señor venía con una alta demanda por sus dolores y pretendía que yo pasase con él entre 1 hora y media y 2 horas, apañándole lo que buenamente podía. El primer día además casi llegó sin avisar y me vi obligado a hacer un encaje de bolillos, para poder atenderle decentemente entre dos o tres pacientes. Le molestaba mucho esperar, era el típico tirano acostumbrado a mandar, ladrar y poco más. En lo poco que hablé con él que no fueran quejas, me contó ser presidente de no se qué fundación importante. El resto del tiempo sentía como si fuese yo una especie de sirviente que le tuviera que abanicar fisioterapéuticamente.
A pesar de estar tan mal, el hombre vetusto faltó a la siguiente sesión. Pero al tercer día volvió a aparecer por allí, triplicando su malestar (y el mío) si fuera posible, aduciendo mayores dolores, peor estado y una necesidad urgente de tratamiento total. Si alguna vez cedes el control de la situación a un paciente así, estás absolutamente perdido, de modo que me planté y se lo dije bien claro: el médico sólo me había dicho que hiciera el tratamiento del hombro y tenía la agenda apretada, no iba a haber tiempo para más ( a parte de que no me lo hubieran pagado). Indignado porque se le rebelara un criado como yo, me pidió explicaciones y me dijo que hablaría con el doctor inmediatamente, como si eso fuera a asustarme o algo. Se levantó casi en gayumbos diciendo: ¡yo también soy doctor! ¡Doctor en derecho! Como estaba tan viejo casi se cayó, tuve que ayudarle a mantener el equilibrio.- Te dejas el bastón - le dije. Y me echó una mirada enfurecido, enfadado por la situación, pero quizá más porque no le llamara de usted.
Subió las escaleras indignado, estuvo media hora larga en el despacho del médico y salió de allí prometiendo que no volvería a ese lugar indecente (en eso tenía algo de razón). El doctor me pidió explicaciones y se las di, se extrañó un poco pero no demasiado, acostumbrado a tratar con gentuza casposa toda su vida, supongo que conocería sus reacciones. Lo último que supe de aquel señor es que murió en Sevilla poco tiempo después.
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