miércoles, 23 de septiembre de 2015

Relatos de fisioterapia -> Mi primer trabajo

Acababa de terminar la carrera, por entonces tres apasionantes años que te daban toda la base para ser alguien útil en la vida, o al menos eso creía. Mis manos iban a poder moldear a su antojo cualquier patología músculo-esquelética, mis conocimientos sobre patología médica y quirúrgica tenían la barrita llena, podía incluso dar discursos de cosas tan raras como la ciencia psicosocial en fisioterapia, la técnica de Klapp o la pirámide de Maslow. Todo ese abanico de servibles e inservibles conocimientos se agolpaban con fiereza en mi cabeza inexperta, sumándose con la desbordante ilusión por poder ejercer por fin de fisioterapeuta. Y he aquí, con toda esta ensoñación apoderándose de mí, que la suerte me sonríe, no como a otros de mis compañeros, y me otorga un trabajo en una clínica cercana a la universidad donde estudié. Era casi como una prolongación de mis años de estudiante, pero además remunerada y valorada. O eso creía. Nunca había imaginado que en poco más de seis meses iba a odiar la fisioterapia para casi toda mi vida.




Aquella clínica con nombre de santo estaba destinada a convertirse en mi pesadilla. Acogía a insulsas novicias como yo, dispuestos a trabajar cómo sea y cuándo sea. Se aprovechaban no sólo de la inexperiencia, sino de la ineptitud, la que trajo a un compañero de otra universidad, también con nombre de santo. No es que me molestara el hecho de tener que explicarle cómo trabajar, solamente me parecía excesivo que en esa universidad permitieran a alguien así aprobar si quiera un sólo crédito de la carrera. Mi otro compañero, que era el veterano a pesar de llevar poco más de un año, debía tener buenos músculos en la lengua para seducir,por abajo y por arriba, a la gerifalte de todo aquello, la insulsa abuela que todavía conservaba a su madre y que se jactaba de ganar cada año el concurso de belenes de la localidad, como si aquello fuera importante.


Lo que desde luego no era importante en ese lugar era el paciente. Como digo, mi disposición era total para dar lo mejor de mí misma. La primera sorpresa fue cuando me enteré de que entre los 3 compañeros teníamos que atender a ochenta personas en cuatro horas. Descubrí en ese momento uno de los mayores problemas de la fisioterapia, por no decir el mayor que existe hoy en día: las sociedades médicas. Todo parecía muy normal, a nadie le extrañaba que el precio de un paciente oscilara entre uno y tres €uros, debíamos adocenarles como al ganado, darles cinco minutos cronometrados de masaje y cubrir el resto de su tratamiento con un sin fin de aparatos de electroterapia, sin ningún orden ni sentido, sin ningún poder de decisión y pautados por un médico poderosamente incompetente. Mucho era pedir un diagnóstico, una opinión, poder hacer una valoración digna o incluso, aprenderse el nombre del paciente. Cuando llegué a ese punto, supe que tenía un problema muy serio.

La jefa, que carecía de conocimientos sanitarios de algún tipo, no sólo no te hacía contrato laboral, te exigía darte de alta en régimen de autónomos, teniendo que pagar mensualmente tu seguridad social. Luego te exigía cumplir un horario, unos pacientes, un órden y una serie de directrices. Yo que por entonces no sabía ni que aquello existía, debió parecerme de lo más normal. Hasta que, calculando mi sueldo, me resultó insoportable saber que ganaba CUATRO VECES MENOS de lo que había estado ingresando durante la carrera, por servir copas en un bar.
Una paciente me confesó un día que no mejoraba, tenía dos hernias cervicales y decía encontrarse fatal, sin remedio. ¿Qué podía hacer?
- Irte a otro lugar - le dije, sacando toda mi rabia. - Aquí no vas a mejorar nunca. 
A esas alturas ya sabía que algo se envenenaba en mi interior. Solamente eran cuatro horas de trabajo, pero parecían cuatro mil, llegaba a mi casa cansado, con dolores de cabeza insufribles, sin ganas de salir ni de divertirme. Cada día que pasaba me preguntaba si realmente la fisioterapia era eso, esa auténtica puta mierda de trabajo, que me impedía si quiera aprenderme los nombres de los pacientes, la patología por la que acudían al servicio o su dolencia. Cuando lo contaba por ahí siempre me decían lo mismo: eso pasa siempre al principio, te toca tragar un poco. 
- ¿Por qué? - preguntaba yo. Y me lo sigo preguntando. ¿Por qué? ¿Es que acaso aprendí yo algo durante todo ese tiempo? Algo que no fuera escaquearme, mirar el reloj constantemente, esconderme en el baño para evitar pacientes, ponerme enfermo para no ir...No se aprende nada siendo explotada, nada salvo a odiar la profesión para la que habías estudiado.

Fue lamentable el día que, poco antes de la navidad, me planté y le dije a la abuela jefa que necesitaba ganar más dinero, que pagándome la cuota no me llegaba para ni para el abono transporte. Que sentía que ganar 3€ a la hora no era digno y que, con todos mis santos respetos a sus creencias, me cagaba en san Dios si la fisioterapia era así, que no podíamos ni llamar a los pacientes por su nombre. Siempre recordaré la cara de asqueroso cinismo que puso, bien ensayada la tenía, para decirme que no, que la clínica estaba poco más o menos que subsistiendo y que no tenían dinero para más. Que hasta se habían planteado prescindir de un fisio o bajarnos el sueldo, pero que gracias a generosos esfuerzos de la abuela máxima (abuellus máximus) nos habían podido mantener un año más. No sé por qué será que siempre que me han pasado estas cosas en mi vida han sido con personas cristianas y devotas. La famosa doble moral que les permite sentirse relajados mientras explotan a la gente con condiciones deplorables, para luego ir a misa, comulgar y dar limosna. Ésta era de esas, malas y peores.

Poco después se sintió obligada por su moral cristiana a celebrar la pascua con una comida familiar de empresa. Invitó a más de veinte trabajadores a comer, entre ellos a mí. Y sí, fui a esa comida, era muy pardilla yo. Creí que me vendría bien de cara al futuro no dejarme llevar por la ira que tenía, de que esa mala persona nos diera sus limosnas en lugar de hacernos un digno contrato de trabajo. Creía que mi situación cambiaría, y no me equivocaba. Cambiaría a peor.

Algún día os contaré el resto...[...]

3 comentarios:

  1. Enhorabuena por el blog,soy partidaria de decir también las cosas malas que tiene la fisio, porque normalmente siempre se dice lo bonita que es, pero no realidades como esta.

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  2. ¡Muchísimas gracias! Si quieres contarnos alguna historia para que la relatemos, no tienes más que escribirnos a laotrafisioterapia@gmail.com

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  3. Triste realidad y ¿ que hacen los colegios profesionales de fisioterapeutas que permiten esto ? Como paciente esto da muy mala imagen. Donde este la clinica privada independiente de mutuas y seguros que te dedican al menos media hora A TI SOLITO que se quiten estas mierdas.
    Tambien hablaria de la mania de estas clinicas de hacer sesiones diarias o al menos tres veces por semana, innecesario y pesado para los pacientes

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