miércoles, 7 de diciembre de 2016

Sin criterio almohadillil

La palabra almohada proviene del árabe andalusí al-muhádda y esta a su vez deriva del árabe clásico مخدة mujadda. Su historia viene casi pareja a la de la humanidad, pues se han encontrado almohadas en tumbas egipcias, ornamentados cojines en la China feudal, rulos de cabra insufribles en la edad media y así un largo etcétera. En un principio asociada al prestigio social, pues eran las clases pudientes las que disponían de este elemento acomodaticio en detrimento de las balas de paja o piedras almohadiformes que utilizaba el vulgo para descansar, fueron finalmente accesibles para la inmensa mayoría de la población a raíz de la revolución industrial. Desde entonces, la tecnología del diseño ha hecho "progresar" a este elemento del descanso hasta alcanzar metas, formas y materiales insospechados, pues incluso la NASA se ha interesado en ello y ha puesto toda la carne en el asador para crear las primeras almohadas inteligentes, con memoria selectiva cual HAL 9000 y precio también selectivo cual atraco de banda armada. Y todo esto venía siendo así: este mullido dispositivo disfrutaba de un enorme éxito sin que nadie se lo cuestionase, del mismo modo que la propia fisioterapia, hasta que ambos conceptos tuvieron a bien juntarse. Entonces, todo se jodió.







Antes que nada, conviene reflejar que la almohada tiene una doble función en la vida.

1) Consejera espiritual y del alma en las horas clave. Consultora de máxima discreción en los asuntos más importantes. Misión que cumple a la perfección.
2) Descanso cervical. Misión que jajajajaj....jajajjaa...jajjaa. En fin...

Se supone que sí. Que la almohada debería tener una explicación anatómica y fisiológica, es decir, sirve y existe para cubrir un vacío, ¿no? De pequeñitos dormimos sin almohada y después, en algún momento de nuestra vida, nuestra madre nos la pone...Sí pero, ¿por qué? Siendo esta una de las grandes preguntas de la humanidad, podríamos decir que existe ante la formación de la lordosis cervical, que con el paso de los años y el cansancio, necesita de algo donde apoyarse y descansar. Sin embargo, por esta regla de tres, también sería necesaria una almohada en la lordosis lumbar, y la gente no acostumbra a ponérsela, salvo prescripción. Esto último puede responderse alegando que existe una buena mayoría de gente que duerme de costado (en decúbito lateral, para que los fisios nos entiendan) y que cuando uno se pone de lado, zona lumbar y cervical quedan sin apoyar pero el reposo se hace sobre el lateral del cuerpo, volviendo a ser necesaria una almohada cervical porque si no se incurriría en una inclinación poco recomendable en el cuello para el descanso. Vale, hasta aquí bien. Pero, ¿qué hacemos entonces con todos aquellos que duermen boca abajo con almohada? Bien en ese caso hay dos opciones también:

1) Si duerme boca abajo pero con el cuello rotado 90º hacia un lado, a pesar de la franca postura estresante para los músculos y las vértebras, quizá pueda seguir teniendo explicación por eso de salvar la inclinación que se produciría de no tenerla.
2) Si duerme boca abajo sin rotar la cabeza y con la nariz y la cara hundidas en la almohada, probablemente esa persona se quiera suicidar.



Pero después, sales a la calle y te enfrentas a la realidad. Durante la carrera de fisioterapia, la única almohada de la que te hablan es del colchón antiescaras para pacientes encamados durante largo tiempo. Y punto. Sin embargo, y para que no se diga que el paciente no respeta a su fisio, entre preguntas de dolores de mierda por aquí y exámenes de anatomía por allá, tarde o temprano te suelen intercalar una del tipo...¿tú qué almohada crees que es mejor? o ¿qué almohada debería usar. Tengo una bajita y una alta. Y es entonces cuando un vacío existencial se apodera de ti, pues nada recuerdas de tus estudios, puesto que no lo diste jamás, y además, nunca te habías preguntado a ti mismo sobre este gran dilema de la humanidad. Después de responder al paciente como buenamente hayas considerado, suplicándole a todo el Olimpo para que la paciente señora cansina te deje en paz, vuelves a tu casa y consultas, precisamente con tu almohada, cual es la respuesta mejor a semejante contubernio judeo-masónico. ¿Almohada? ¿Quién eres? ¿Por qué existes? ¿Eres necesaria? ¿Hay que dormir contigo obligatoriamente? ¿Debes ser alta o baja? ¿Azul o verde? ¿Vieja o jóven? ¿Lerda o inteligente? Ante lo cual, la interfecta en cuestión, con su sabio consejo te responde. No tengo ni puta idea. Y tú, esa noche, en una mezcla de acto de rebeldía y ensayo clínico contigo mismo de sujeto de estudio, decides abandonarla y dormir sin ella. Ya vendrás, ya vendrás. Tú lo has querido. Es lo último que te dice esa sabia consejera.



A la mañana siguiente algo extraño atenaza tu cuello. Parece dolor...de verdad. No puedes girar bien la cabeza. La miras con desprecio, ha pasado la noche en el suelo y sigue ahí, tan campante mientras tú agonizas. Como eres falso autónomo no puedes faltar a trabajar, o perderías dinero, de modo que sin poco más que unos estiramientos, sales de casa más tieso que la Duquesa de Alba para ir a trabajar. Y cuando llegas allí, te encuentras con otro señor distinto que te pregunta ¿es mejor dormir sin almohada verdad?

Ay amigos, que ciencia esta que nadie se atreve a explorar. La ciencia de las almohadas. Iñigo Junquera Landeta, el fisioterapeuta responsable de un archiconocido canal de youtube del que un buen día hablaremos (jur, jur) nos da un consejito bastante fiable: No te fíes del vendedor de almohadas, posiblemente te quiera timar, pues no hay mejor almohada, ni peor, todo se basa en probar y dar con la almohada adecuada.

Y tras este inservible (para tus cervicales) consejo que nos deja exactamente igual, uno se da cuenta de que el fisioterapeuta se enfrenta a una pregunta sin respuesta. He conocido casos de pacientes cuyo anterior fisio les recomendaba que utilizase siempre una almohada dura. Otros fisios que dicen que no, que mejor una presión intermedia. O que mejor las viscoelásticas. Por no hablar del largo debate que teoriza sobre cual es la mejor posición para dormir, almohada incluida. O el mejor colchón. La guinda del pastel se la llevan aquellos que dicen que no hay evidencia científica sobre la mejoría de la sintomatología por el uso o no de la almohada. ¿Es acaso la almohada un placebo?... nos lleva a preguntarnos. ¡Anda al carajo ya!



El argumento más válido parece ser el de: si has dormido toda tu vida con una almohada de un tipo, no cambies de tipo. Tus músculos, huesos y articulaciones están acostumbrados a una determinada posición durante muchos años de su vida, someterles durante 8 horas a nuevas posturas, pueden hacer que se resientan y ser origen de muchas lesiones y dolores. Todo esto parece el más razonabilísimo razonamiento crítico, pero su falta de verdad no hace sino ahondar en nuestra profunda crisis fisioterapéutica, que las almohadas aprovechan para invadir el mercado, con sus múltiples formas y texturas y sin que nosotros aconsejemos o dejemos de aconsejar. No tenemos un criterio claro, no existe un criterio claro, no aportamos soluciones a esto. Es peor que la homeopatía. Señores de la universidad, si ustedes leen esto algún día, hágannos algún bien e incluyan la asignatura troncal de Almohadas, con 5 ECTS, cuatrimestral, necesaria para que nos entendamos todos de una vez.

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