Una vez superada la gran barrera del contacto y comenzada a estimularse la sensibilidad llega ese momento de aceptación del tratamiento, un paso clave en la relación fisioterapeuta-paciente y sobretodo, un paso imprescindible si la relación, por lo que sea, va a convertirse aún en algo más profundo (jo, jo, jo).
Imaginamos ahora el supuesto: un paciente, un fisioterapeuta, valgan para ambos cualquier sexo y condición sexual (compatibles entre ambos, eso sí), una camilla, un lugar aparentemente tranquilo, una situación relajada, contacto manual...y el tiempo. El tiempo es lo que determina las siguientes reacciónes químicas. Según algunos estudios muy estudiosos, de esos que no citan fuentes, sólamente hacen falta 7 minutos para enamorarse, aunque en este que hemos enlazado hemos hecho trampa, pues habla sólo de 8,2 segundos en el caso de los hombres. Siendo como es, este dato, nos favorece. Porque...¿quién ha hablado de amor aquí? Se extá hablando de sexo.
Y es que, seamos francos...Una cosa es enamorarse y otra, muy distinta, sentir ese irrefrenable impulso de acostarse con alguien y dejarle seco. Para el sexo no hace falta mucho más que uno o 2 segundos a lo sumo. Ese par de segundos sólo es necesario para saber si la persona que está en frente está lo suficientemente buena como para provocar ese desequilibrio inequívoco. En una situación en la que, sobre una camilla, o con sus manos sobre nuestra cintura, o con su palma sobre nuestro músculo aductor, sus dedos sobre nuestro cuello o su cercanía sobre nuestra espalda desnuda, estamos poniendo toda nuestra confianza en una persona, perfecto desconocido por principio; es imposible que no se nos pase por la cabeza la tan humana idea del sexo. Sentirnos atraidos por ese calor curativo (si eres paciente) o por esa necesidad de liberación (si eres fisio) puede (y debe) convertirse en lo más normal del mundo.
Además de esta predisposición coyuntural, espacial, temporal y cuasi-profesional existen otros agravantes que invitan a que esta sensación pueda multiplicarse. Se da por hecho que el masaje produce una liberación de endorfinas, si bien no hay alta evidencia científica sobre este asunto, estas sustancias autoliberadas por nuestro organismo aumentan esa sensación agradable y nos reconfortan. Además existen unos puntos o regiones de nuestra piel y nuestro cuerpo que reciben el nombre de zonas erógenas, zonas cuya estimulación sensitiva puede producir directamente una estimulación sexual; y no son pocos precisamente, aunque esto varía según personaas. Y por último existe el mayor de todos los poderes, el de la mente humana, su potencia intuitiva, imaginativa y evocadora puede activar los potenciales de acción adecuados para que se desencadene el deseo. Líbido alta y predisposición a ello (apertura de mente, necesidad fisiológica, tiempo desde la última vez, reiteración, etc) serían los últimos factores estimulantes.
De modo, que si la sesión no es muy dolorosa, e incluso llegando a placentera, todo aquello tan necesario para una relación sexual fructífera: ruptura de la barrera del contacto, sensación de bienestar, atracción y prolegómenos, han sido coser y cantar, poco más de dos o tres sesiones y estamos merced de sus manos (pacientes) o deseando que llegue esa sesión con ese paciente (fisios) que alargamos más de la cuenta sin necesidad ninguna. El rechazo también es una posibilidad, violenta y desagradable. De ello hablaremos en las siguientes entradas y también de lo que hemos mencionado en el párrafo anterior. Se acerca el momento de la verdad...
No hay comentarios:
Publicar un comentario