martes, 6 de febrero de 2018

Los cadáveres

El cuerpo muere, el alma expira y lo que queda es un amasijo de carne ordenada sin sentido. Mucho habría que agradecer a todos aquellos que, a través de este proceso, alcanzan ese lugar que no existe y dejan su legado para la ciencia, ya sea para la más profunda investigación o para el más básico estudio de lo elemental. Muchos de ellos, ni si quiera saben que lo son, condenados al ostracismo, quizá atacados por alguna demoledora enfermedad mental, terminan sus días como vagabundos, malcomiendo la basura de la calle y durmiendo entre cartones con olor a pis de humano y de rata, con medio cartón de vino abierto y medio tobillo al sereno, por eso de guardar imagen. De pronto un día que haga un frío de pelotas, como estos, no encuentran ningún cajero donde guarecerse y acaban muriendo, dejando su cuerpo para una incierta utilidad. No pueden ser donantes de órganos, cuesta mucho filiarles a veces, tienen enfermedades, el tiempo y los procedimientos legales son los que son...Hay mucha rumorología sobre este asunto, pero lo cierto es que muchas veces sus cuerpos acaban en los tanques de formol de alguna universidad y sirven para que los alumnos de medicina aprendan los rudimentos más básicos de disección y anatomía. También les sirven a los alumnos de fisioterapia.

Bueno, todo esto que hemos contado sucedía en los ochenta y los noventa. Hoy en día la realidad es muy distinta y mucho más ventajosa: más cantidad de gente dona su cuerpo a la ciencia y las universidades a veces incluso tienen que cerrar el cupo de recepciones pues llegan a verse desbordadas. Esto hace que los estudiantes de ciencias de la salud puedan "disfrutar" de prácticas más reales con cadáveres, con cuerpos más frescos, porque han muerto más recientemente, y más enteros que aquellos que entonces estaban destrozados por tanto corte y disección entre planos, pareciendo más bien el despiece de un carnicero que el fino trabajo de un médico. En mi recuerdo está aquel aspecto de bacon o carne curada, medio podrida, con el tan característico olor a formol que inundaba hasta lo profundo del hueso palatino y hacía complicado aguardar mientras el profesor explicaba lo más básico de la anatomía.

Cuando el médico seccionaba, bisturí en mano, nos contaba algunas anécdotas. Decía que llegaba a veces a la cafetería de la facultad, después de una sesión prolongada de cuatro horas de disección, muerto de la risa. Se encontraba con algún compañero del departamento que le preguntaba ¿de dónde vienes tan risueño? Y él contestaba: pues de cargarme a uno. Y así todo con muchas carcajadas. Y esas risas no eran otra cosa que producto del estado de embriaguez con el que salía de la sala del departamento de anatomía, porque cuatro horas inhalando formol de manera directa, que no es otra cosa que alcohol etílico, le provocaban unas borracheras de las cojonudas. Claro, el alcohol puede crear adición y quién sabe si hay más de un anatomista colgado con sus disecciones, adicto a ellas, cual loco lunático del que todo el mundo habla en la universidad. Quien sabe...


Otra anécdota era la del fondo del ojo. Relataba este señor que lo que más le costaba del mundo era diseccionar una cara. Nunca podía hacerlo todo seguido y tenía que pararse a descansar. Lo complicado del asunto residía en que si el cadáver era muy fresco, mientras lo hacía, sentía todo el rato la mirada del muerto sobre si mismo. Resulta inevitable no mirarle a los ojos, pues al fin y al cabo casi no podía mirar a otro sitio mientras trabajaba, lo que causaba en ocasiones un rechazo horroroso hacia su propio trabajo. Una especie de amor-odio. Mientras sajaba para llegar a los malares se preguntaba si de verdad le estaba mirando o eran alucinaciones suyas. En el fondo del ojo de un muerto reside algo oscuro impenetrable, una especie de verdad de lo que fue es persona a la que ahora él cortaba. ¿Quien habría sido? ¿Sólamente un vagabundo? ¿Una persona importante? Muchos eran de su edad, así cincuentones que habían fallecido antes de tiempo...¿por qué él y no yo? Que paradójico es este mundo que quiere que yo siga vivo y esta persona esté muerta. Y que yo la esté cortando como quien corta el jamón.

Pero...¿de qué va este artículo? No penséis que quien lo escribe es una especie de necrófilo empedernido o un nuevo fisioterapeuta zombie de Walking Dead. Bien es cierto que la fisioterapia puede guardar grandes paralelismos con esa serie en cuanto a su situación laboral y socio económica, con millares de fisioterapeutas hambrientos que esperan un poco de dignidad laboral mientras mastican los cadáveres de otros colegas. Pero esto en realidad va de ensalzar la importancia que tienen y que deberían tener los cadáveres en la adquisición de conocimientos más básicos de cualquier fisioterapeuta. Porque ni si quiera estamos seguros de que todas las 15.000 facultades de fisioterapia existentes en el país, ofrezcan prácticas con cadáveres en los inicios del grado. No digamos ya, el tema de que sean en absoluto insuficientes, tanto por cantidad y contenidos, como por actitud del alumnado. Pero vayamos por pasos.


Recuerdo que mis primeros contactos con cadáveres no fueron precisamente en la facultad, si no en la época más vandálica de mi vida. En cierta adolescencia teníamos la extraña costumbre de hacer botellón en un lugar cercano a una facultad de medicina. Mientras apurábamos la bebida sin ningún sentido claro, comentábamos los rumores que circulaban a cerca de los cadáveres que albergaba ese edificio. El morbo de ver muertos nos asistía de un modo extraño en medio del estado de embriaguez, queríamos rematar el Ballantine's con un poco de formol inhalado, que entraba mejor, así que nos colábamos de tanto en cuando por una puerta de emergencia que cerraba mal. La borrachera nos envalentonaba y no me preguntéis cómo, pero alguien sabía llegar hasta la osteoteca y la sala de disección, donde estaban los cadáveres tumbados. Nuestro objetivo era únicamente destaparlos y verlos, para luego salir a todo correr, huyendo de un supuesto guardia de seguridad que nunca vimos y que quizá lo imaginamos entre todos, para saltar la verja metálica y volver al parque. Toda una aventura que yo no sabía que sería un anticipo de algo de mi vida, pocos años después.

Y es que pocos años después me encontraba estudiando hueso a hueso, órgano tras órgano, con ejemplares reales de los mismos sumergidos en formol. Había elegido fisioterapia, nadie sabe porque, y eso que antes hacía con oscuridad y alevosía, ahora eran prácticas obligadas con luz y taquígrafos, que también molaban, pero de otra manera.


Otros días, y aquí viene la crítica, nos situábamos todo el grupo de prácticas en torno a la mesa de disección. El anatomista etílico del que antes hablaba, nos explicaba perfectamente los diferentes planos musculares, la estructura del tendón, los ligamentos...No sé si mi experiencia previa me hacía impresionarme poco ante ello, pero debo reconocer que algo de cosita daba. Alrededor del profesor veías caras descompuestas, personas que no miraban, puede que muchas, más de la mitad. Parecían forzadas a estar allí, se tapaban la peste a formol con la mano y la otra la usaban para tapar sus ojos. Digamos que obviaban tener esa formación, ¿para qué? ¿Para qué si ya lo puedo ver en los dibujitos del Sobotta? ¿Para qué voy a aprovechar la oportunidad de aprender la anatomía humana del modo más real que existe?

Han pasado muchos años de aquello, demasiados. Si ahora me preguntaran que tipo de formación quiero recibir para mejorar como fisioterapeuta diría sin dudarlo que ESA. Que me parece vital, necesario e importantísimo regresar a la mesa de disección, plantarme delante de un cadáver y analizar cada músculo, cada articulación, cada ligamento...A mí déjame de cursitos inútiles y de formación sobre la nada, a mí llévame a la base de todo...Es más, diría que mucha gente debería reciclarse y volver a lo elemental. Hablo de toda esa gente que dice mover fascias, recolocar escoliosis o alargar piernas. TODOS VOSOTROS. Todos, los que mentís a los pacientes, todos los que habéis olvidado lo más elemental del mundo. Es más, ampliaría la formación, obligaría a los alumnos a mirar, a aprender, a emborracharse como el médico aquel, tanto de formol como de sabiduría, para poder tener unos conocimientos más sólidos y más reales sobre lo que es la anatomía del cuerpo y no vernos indefensos ante la estupidez de tocar un cuerpo desde fuera y pretender hacer cosas que no se pueden.


Si estás estudiando ahora y tienes la oportunidad de ver cadáveres, hártate de verlos y analizarlos. No mirar cuando el profesor explica supone una irresponsabilidad absoluta de cara a tu futuro y al de tus futuros pacientes. Si tienes la oportunidad de ver cirugías, cuerpos abiertos y vivos que te expliquen como funciona el complejo entramado de la vida humana...¡NO LO DUDES Y HAZLO! Es eso lo que marcará en ti una diferencia y no las absurdas teorías del más allá.  Los cadáveres son esas personas amigas, por raro que resulte, que mejor te enseñarán a ser buen fisioterapeuta. Debería ser asunto obligado poder regresar a la facultad cada X años y reciclarse, despejar la cabeza de falsas ideas y saber bien qué es lo que uno toca, como lo toca y como NO LO TOCA. Sólo así puede aprenderse de verdad la fisioterapia. Deberían doblarse o triplicarse estas prácticas, poderles aplicar la fisioterapia directamente y ver lo que pasa. A todos los que quitabais la cara delante del cadáver os dedico esta entrada. Esas personas han muerto para que tu aprendas, así que un respeto, entiende que es una oportunidad y aprovéchala al máximo. Te aseguro que esa verdad no volverá en este mundo de mentiras.

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