miércoles, 8 de noviembre de 2017

Dedicado a ti, que ni lo sabes

Trabajé para ti. O para tu jefe. O tú eras tu jefe, quizá ya ni lo recuerdas. Trabajé sin que supieras quien era. Lo hice durante mucho tiempo, lo hice incómoda y sin saber dónde me metía. Sin que tu jefe lo supiera, de mí sólo te interesaba una cosa, o puede que un par más, pero esa cosa no era el trabajo, era yo. Porque era una mujer y tú, te creías el gallito más chulo del corral.


No me interpretes mal. No quiero que entiendas esto como un venganza, porque no lo es. Tampoco que lo entiendas como un acto de rencor, o de justicia, que puede que alguna vez haga falta. Eso ya te lo hicieron en su día, un acto de justicia, cuando te pillaron en unas circunstancias más propias de película de enredos, que de fisioterapeuta que ejerce su labor con una paciente. Esa historia se la saben muchos. Otras, los que no te conocen, saben al menos de que vas, o lo sospechan, pues se te ve tanto en la cara como en las intenciones. Vendes o te vendes como una imagen de una fisioterapia moderna, fresca, juvenil, espontánea, risueña, sonriente...tienes labia, tacto y, ¿por qué no?, también mucho talento para lo que haces, que en parte es estafar y en otra parte, disimular malamente tus intenciones. A ti la fisioterapia te importa tres cojones, tú vas a lo que vas, se te ve el plumero desde Indochina y, tienes la suerte encima de cara, la suerte de estar bueno y de que tus aluminitas se fijen en ti, y no cuestionen lo que haces.

Se que te jodió no conseguir nada conmigo, o al menos nada de lo que querías conseguir. Porque sí conseguiste muchas cosas. Conseguiste que te creyera como profesional durante algunos meses, que creyera en ti y que pensara que, a pesar del exceso de confianza que te tomabas conmigo y de lo incómoda que me hacías sentir en tu clínica, todo merecía la pena pues estaba aprendiendo de un buen fisioterapeuta. Esa sensación, por suerte, fue rápidamente borrada, casi de un plumazo, cuando te encontraste el rechazo en tu cara. Mi rechazo. Que no era uno más, porque posiblemente era el primero. Una persona como tú, tan acostumbrada al éxito, al babeo ajeno y a que las cosas le vengan de cara, no sabe digerir la derrota cuando esta le viene de golpe. Chilla y berrea, descalifica y se comporta como un niño pequeño. Conmigo no pudiste...no amigo. Ni tú, ni ese al que yo llamo tú jefe, aunque no lo sea. Ese que es tan mafioso...



Yo no era ni trabajadora, sólo una antigua alumna de prácticas que cayó allí por casualidad y a la que le interesaste. Tú no querías enseñarme fisioterapia, tú querías llevarme al catre, como haces con casi todas las que puedes. Por eso me llamaste. Por eso me escribías mensajitos tan interesado. Querías tocarme con tus técnicas, utilizarme como tu maniquí de entretenimiento para luego justificar que ponías esta mano aquí, o esta mano allá. Como si yo fuera tan tonta como a esas a las que se lo haces y no dicen nada, quizá por miedo, quizá porque no se pueden ni creer que des tanta pena. No entraré a cuestionar mucho el porqué en tu clínica haces que las chicas fisios vistamos "más cómodas y ligeras" que los chicos. Porqué distingues con los colores del pijama al que es osteópata del que no, como si esto fuera importante. O porqué tu jefe es un ratero de poca monta, que ha tenido explotados a tantos y tantos fisios, sin contrato, como becarios, para sus varias clínicas de sociedades... A mi tus sonrisitas me importan una mierda, me congelan la líbido, me hacen sospechar que encubres tu falta de conocimiento con un disfraz de buena presencia que te sirve para ganar adeptas, que suspiran porque les hagas un thrust y les brindes tus superconsejitos a la oreja. Me hastía que haya tanto macho alfa en la fisioterapia, que tengamos que aguantar la supuesta clarividencia divina de un vendehumos como tú, aupado por su guapura y su oratoria, más allá de su capacidad profesional. Ya basta.

Tienes una mirada que penetra. Eso es peligroso para la fisioterapia y muy beneficioso para la secta a la que representas. ¿No te da vergüenza? ¿Les explicas a tus alumnas lo que haces? ¿Les explicas que tu objetivo primordial con cada paciente femenina que se te presenta es acostarte con ellas? Que hablando de un montón de principios transnochados, vas dejando caer insoportables piropos de borracho de bar, agasajando los cuerpos que no dejas de mirar ensimismado.  Esa es la imagen que vas dando de nuestra profesión, la de que todos somos así, que esta es una especie de carrera cálida donde el sobeteo está más que justificado y dónde acabar poniéndole los cuernos a tu mujer con cada paciente con agujero, es un acto digno de tu hombría de macho sabelotodo que no comprende nada. Conmigo no pudiste, pero ni un poquito. Eres un looser. Desayuna un poco de humildad, a ver.



Fíjate, ahora tengo quizá más seguidores que tú. No me vanaglorio por ello, me sirve para avanzar. Me sirve para dejar tirados a piltrafillas como tú, que no sois más que piedras incómodas en el zapato. Veo que os sigue yendo muy bien a ti y a los de tu secta, pero brindo porque hay cosas que están cambiando. Quizá pronto, antes de lo que te esperes, se te acabe el negocio de timar a tantos alumnos con formación en la escuelilla infinita. Quizá pronto la gente deje de creer en la estafa y se agarre más a la fisioterapia con mayúsculas. La que no representáis, la que no representas. Tu profesión sólo te sirve para calmar tus instintos primarios y hacerte el negociete, aupándote en una sociedad tan machista y adormecida que permite el florecimiento de personajes de poca monta, como tú. Pero las cosas caen al final por su propio peso. Tu también caerás. Ya estás cayendo de hecho. Y no te deseo mal. Ya has sabido solucionar tu vida, te has comprado una casa con el dinero de tantos años de cursos. Vas a tener trabajo siempre. Te va bien, me alegro. Quiero que a las personas les vaya bien, también a ti. Lo que no quiero es que contamines más el buen nombre de la fisioterapia. Así que, si te parece, una noche de estas, después de algún encuentro a penas forzado con alguna de tus pacientes, siéntate a meditar un rato. Quizá, después de todo, consigas recordar todas estas palabras, poner paz de por medio y librarnos para siempre de tu profunda estupidez.


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