Termina el año. Es hora de hacer balance, pensar qué se hizo bien, qué se hizo mal, que haremos en el futuro, todo eso...Como si hubiera una especie de obligación moral de reflexionar en diciembre/enero y no en marzo, cuando todo es monotonía. La gente no razona, no piensa que siguen siendo días al fin y al cabo y que lo de los años nos lo hemos inventado para contar el tiempo que llevamos dando por saco a la tierra, que cuando se canse de girar sin sentido nos pegará un petardazo y ya está, todos muertos, ni fisioterapia ni hostias (¿se escribe con h o sin ella?)
Como es hora de hacer balance, echando la vista atrás hemos pensado: ¿qué aprendizaje hemos hecho nosotros sobre todo este año? Muchas cosas, la mayoría inservibles, pero quizá hubo una que fue piedra de toque para estos escribanos. Nunca hubiéramos pensado que una reflexión profunda sobre un asunto tan mundano como una fascitis plantar, pudiera dar tanto de sí y explicar tan claramente el mal endémico que tiene encima una profesión como la fisioterapia. Sucedió en junio, cuando una fisioterapeuta llamada Marta publicó en un grupo de esos de ayuda mutua para fisios, unas dudas que tenía sobre el tratamiento que estaba realizando a un paciente con fascitis plantar, a ver qué le podían aconsejar sus colegas. El esperpento llegó a continuación...