miércoles, 18 de enero de 2017

Cuanta más crema, menos tema...

Estimado paciente,

Me dirijo a usted, hombre o mujer de mediana edad, que acude con regularidad al fisioterapeuta privado de su barrio, o de una clínica cercana a su trabajo, una vez terminada la jornada laboral, para soslayar sus penas y dolores con un poco de sus buenas manos y demás rudimentos. Acude porque cree en él, porque cree en la fisioterapia (muchas gracias, ya cree más que nosotros) porque sabe que es buena para su salud física. Acude porque conoce a la fisioterapeuta, esa chica joven, escueta, habladora, imparable y muy curranta, que además está hasta buena. Se lleva bien con ella,quién sabe... O le conoce a él, fisio serio pseudofornido, pero con sentido del humor del fino, que gusta de algún chascarrillo contar mientras elonga sus isquiotibiales inelongables. Y lo hace porque esas dolencias en el hombro, o en lugares indeterminados de su perdida espalda, que son perennes puesto que nadie jamás en la vida le dará si quiera un diagnóstico aproximado, sólo mejoran cuando se tumba sobre esa camilla y se despoja del smoking, el estrés y casi media vida.



Y me dirijo a usted, que llega a la consulta, importándole poco que su fisio haya dejado la valoración para los restos y dedique el 90% de su jornada laboral a masajear espaldas, pues aun le cuesta reconocerlo porque todavía su juventud le lleva a creer que a su clínica privada llegan con asiduidad apasionantes casos de trastornos de la movilidad, lesiones tan inimaginables como investigables o si quiera rehabilitaciones de fracturas. Sin embargo, usted se dirige a su fisio y le indica que le duele ahí, ya sabes, como por la espalda, todo por esta zona, debe ser de que estoy sentado muchas horas(¿?) ¿Pero has hecho algún esfuerzo? Y tú, que no. Que levantar el boli ya es mucho esfuerzo. Un par de preguntas de rigor para quedar bien y parecer muy sanitario...¡y al lío! Antes de que te des (ya te tuteo) cuenta, estás en decúbito prono (boca abajo) sobre el impersonal escay azulado, tal y como querías. Y es en ese momento cuando tu fisio echa mano del material de trabajo más importante para clínicas privadas, ese que a granel saldría más a cuenta, pues tal es su ingente uso. El aceite de masaje es esparcido por sus amplias manos para luego distribuirse uniformemente por esas zonas doloridas que ya sabes tú dónde. Ahí, ahí. O en su defecto crema.


Y en este punto es donde desde aquí, querido paciente, queremos invitarte a reflexionar. Más allá de toda suerte de maniobras masoterápicas, que bien pueden acabar arrinconando a ese incómodo dolor, hasta que al par de semanas regrese el muy hijo puta, habrás de fijarte en la cantidad de ungüento que para la ocasión decide el fisioterapeuta echarse y echarte. También es una cuestión de costumbres, puesto que en apenas lugares de la carrera te dicen que te embadurnes con más grasa que el pelo de la cocinera del restaurante de Oscar. Así que estás obligado a sospechar, cuando notes que la cantidad de aceite de masaje pudiera propiciar el marcado de un buen par de chuletones sobre las ascuas de tu espalda, pues no hay masaje que deba convertirse en un festival grasiento. Y es que, como bien dice el refrán popular: En fisioterapia, cuanta más crema menos tema. Porque es bien sabido que el fisio que se unta las manos cual tostada con mantequilla, no busca más que el mínimo contacto, la máxima relajación de sus trapezometacarpianas articulaciones, la ínfima búsqueda de dianas miotendinosas y en definitiva, hacerte un pasamanos de los buenos durante una hora a razón de 35€ sesión, que no digamos que no los valga, puesto que hay aceites y aceites. Y cuando de por finalizado su óleo sobre lienzo, como hicieran Velazquez o Goya en su día, sonriente con su pincel trifalángico hará una pequeña percusión sobre tu cuerpo y dirá. ¡Voilà!



Tuya es (mía no) la decisión de acudir a un fisio que utiliza mucha grasa. Sabrás bien por qué lo haces y el beneficio organoléptico que de semejante untada puedes recibir. Ahora bien, también has de saber que existe la posibilidad de que a ese fisioterapeuta le des mucho asquete. Porque puedes estar perfectamente leyendo esto y ser un guarro, sin todavía haberte dado cuenta. De hecho, ni te imaginas la de pacientes que hay del sector porcino, como tú mismo. En tal caso, debes interpretar que la grasa pasa de ser meramente un vehículo transmisor a un vehículo de huida, puesto que tu fisio lo que hace es interponer una buena película de lo único que tiene a mano para librarse de ese asco de piel que sobre camilla nos presentas. Entonces el mucho aceite se convierte en una especie de masa oscuriforme que a pesar de potenciar la sensación desagradable, exime de un contacto directo con la hez, y a pesar de que los fisioterapeutas no son un colectivo precisamente escrupuloso, guardan todavía un mínimo de dignidad humana y profesional. La que callan cuando les llegan efluvios de orín por la parte baja de un pantalón corto, mientras flexionan triplemente una pierna. O la que les hace no poner cara de vómito cuando ante un pie podrido se apostan. La misma dignidad que extrañamente les lleva a no hablarte directamente sobre la necesidad de poner fin a la hidrofobia que tu espalda guarda en los últimos años, desde que decidiste comprarte esa sudadera que más vale mejor no comentar. En tales casos, ¡bienvenido seas aceite!

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