miércoles, 1 de septiembre de 2021

El "ahitepudras" del suelo pélvico

Poco se habla de lo que supone para algunas trabajar con pacientes de suelo pélvico. Vendida desde los mundos del rosa y de la nube de ficción, ha sido a golpe de necesidad tanto como de comercio como se ha ido abriendo esta "nueva" disciplina de la fisioterapia que ha venido a paliar un déficit importante que tenían las mujeres, especialmente aquellas que decidieron ser madres, pero también otras muchas cuyos problemas reales en sus zonas íntimas no eran del interés suficiente para los ginecólogos de Ducados en boca. Sin duda la fisioterapia uro-ginecológica o fisioterapia para el tratamiento del suelo pélvico ha venido para quedarse, por fortuna y aunque siga sin suponer una especialización real dentro de la fisioterapia, pues aquí siguen sin existir especialidades, y supone un campo tan amplio de nuevos conocimientos que la mayoría de los fisioterapeutas no duchos en ella solo deben agachar las orejas, escuchar y aprender si quieren. O derivar, en la mayoría de los casos. 


Cada vez son más las clínicas que incluyen el abordaje de este tipo de problemáticas, fundamentalmente asociadas a la mujer, la maternidad, lo urinario, lo sexual...pero también al hombre, ese gran personaje que por decisión propia se auto-escinde de este tipo de tratamientos, desconocedor incluso de que podría llegar a dejar de tener pérdidas de orina tras su cirugía prostática. En este sentido yo ya he perdido la esperanza en muchas cosas. La primera sería la de conseguir que alguno que lo necesita acudiera a una simple valoración. La segunda sería la de que entendáis de una puñetera vez, estimadas pacientes, que si no reclamáis que este tipo de tratamientos os lo den en la Sanidad Pública, nos vemos de nuevo abocados a otro lamentable fracaso profesional. Nuestros impuestos ya deberían cubrir valoración y tratamiento de suelo pélvico...pues no es más que otra cuestión añadida de salud. Yo no voy a insistir más, pues como toda fisioterapia, la del suelo pélvico debería ser pública y de calidad, pero mientras sigamos renunciando a ella y acudiendo por lo privado, pues seguiremos colocando a ciertas especialidades de salud como un lujo solo al alcance de quien pueda costeárselo, como una cosa específica o estrambótica a la que solo se puede acceder mediante determinados profesionales o como una desgracia para aquellas mujeres que verdaderamente lo necesitan y que nunca podrán costeárselo, y arrastrarán su prolapso allá donde vayan sin una posible solución. En fin...

Pero como digo, aún todavía estamos a tiempo de conocer que este tipo de fisioterapia se hace en algunos hospitales y centros de salud, y que además se hace con calidad, garantías y con la misma predisposición que te lo harían en una clínica privada, pero sin cobrarte por ello (esto va para las pacientes). Las formaciones en suelo pélvico han sido frecuentes en estos últimos tiempos para muchas que incluso no nos hemos interesado lo más mínimo por ello, ya sea porque no llamara nuestra atención ese campo de conocimientos, ya se porque en realidad veníamos estando preparadas en otras áreas para las que hemos sido minorizadas. Pero ok, toda formación es buena, así que....¡renovarse o morir! Eso dicen. Y como quien no quiere la cosa, algunas hemos acabado hasta el bulboesponjoso de todo, pues lo que nos vendieron como una oportunidad se ha terminado por convertir en nuestra propia condena laboral, que ya no sabemos como combatir.


Pongamos que hace...no sé...10 años, el número de pacientes que acudía a una servicio de rehabilitación para cuestiones relacionadas con el suelo pélvico era, aproximadamente, CERO. A partir del despertar de este gigante dormido (a algunos les flipa este término) de pronto empezó a haber una notable demanda. Ya hemos dicho que no es que antes no existieran estos problemas, es que simplemente no se hablaba de ello, ni si quiera mi abuela que arrastraba el útero por los pasillos. Los servicios de rehabilitación de algunos hospitales decidieron ajustarse a la demanda y comenzar a ampliar la formación de sus profesionales hacia este campo específico, formación que no habían recibido durante la carrera y tampoco durante los inexistentes posgrados, por lo que comenzaron a formar a sus profesionales en ello. Pronto empezaron a acudir a algunos hospitales esas primeras pacientes (casi siempre amplísima mayoría de mujeres) que se beneficiaron de estos servicios. En otros sitios, mientras tanto, a por uvas como siempre.  Sin intención de abrir capítulo en este sentido y, a día de hoy, sin practicar este tipo de tratamientos. Como si no existiera el suelo pélvico la historia.

En esta evolución que va desde el día que empezó todo hasta hoy, podemos decir que en algunos servicios de rehabilitación pueden jactarse con orgullo por haber hecho funcional una atención al paciente y contribuir a humanizar (término que también le flipa a algotros) la profesión y el entorno sanitario, pues ¿qué hay más humano que confesar los problemas más íntimos y poder sentirte arropada y escuchada? Otra película muy distinta es la que se cuenta en el fondo de la cuestión, más desde el lado del (de la) profesional, que es lo que narramos aquí. Decimos la, en femenino, porque lenguajes inclusivos a parte, es que, una vez más, parece que la profesión no termine de soltar ciertos clichés machistas que la acompañan desde siempre. Al ya clásico "los fisios hombres son los mejores para el deporte" o "para infantil mejor las fisios mujeres", incorporamos ahora el hecho de que parece que no puedan existir fisioterapeutas HOMBRES VARONES que se encarguen de este tipo de disfunciones. Este mensaje va principalmente destinado a aquellos lugares donde debería predominar una teórica igualdad que es más ficción que un contrato digno en fisioterapia. Obviamente con esto no me estoy refiriendo a aquellas fisioterapeutas que por vocación, hayan elegido esta rama de conocimientos, sino a aquellas que por OBLIGACIÓN, hemos tenido que pasar por el aro de tener que hacer estos tratamientos, viendo como nuestros compañeros HOMBRES VARONES no eran elegidos para tan divina misión.


Lo voy a confesar...ODIO la fisioterapia del suelo pélvico. La odio si esta forma parte de mi trabajo y de mi función diaria. Y la odio, porque no la he elegido yo, JAMÁS...Simplemente he sido forzada a ella porque si, esclavizada por una rutina de tratamiento que para mí es anti motivadora y que, aunque entiendo que es buena y útil para las pacientes, para mi es una montaña imposible de escalar. Esto sucede cuando tus jefes te obligan a cumplir unas funciones para las que no sientes ninguna vocación, ni ganas, y que por el contexto en el que suceden, te suponen una pesada losa encima.

Os voy a ayudar a empatizar con esta desgracia. Sala gigante de rehabilitación de cualquier hospital importante de cualquier ciudad. Movimiento, camillas, pacientes y fisios por doquier...una mañana cualquiera, de un día cualquiera de un servicio cualquiera. Algunos de esos fisioterapeutas se encuentran administrando tratamientos a sus pacientes, unos en las camillas otros explicando algún ejercicio, otros en los ordenadores. Menganito acaba de llegar de la UCI, donde está tratando a los COVID y Zutanita viene de planta. Fulanita aplicada en el ordenador rellenando lo que sea y el otro personaje, sobándoselos a dos manos en el office, o comiendo la última chocolatina regalada por tal o cual paciente. Mientras todo esto sucede en un espacio amplio y más o menos iluminado, tú llevas ya dos horas ENCERRADA en una cabina de 2x1 con una luz fluorescente y el biofeedback como única compañía. La cosa, la verdad, empieza mal. ¿Y por qué estás allí tu sola? Pues a parte de porque no cabes más que tú y la paciente correspondiente en ese espacio tan pequeño, porque tienes la desgracia de ser la teórica "especialista" en suelo pélvico del hospital. Especialista porque has hecho un curso de dos fines de semana al que acudiste con sueño y ya por ello te consideran especialista. Claro que al lado de Perangano, pues lo eres, porque a él, como es HOMBRE, no le han mandando a hacer ese curso, sino uno de punción seca. ¡De puta madre!

Pues eso, que ahí sigues tú en tu cárcel particular. De tanto en cuando escuchas las risas lejanas que se echan un par de compañeras con un paciente graciosete. El sonido de los zuecos acercándose hacia la puerta de tu sala casi se convierte en el único atisbo de esperanza para ti pero, rápidamente se alejan esos pasos de algún compañero que va a otro lugar. En definitiva, pasan las horas y todos allí se mueven, menos tú, la desgraciada del suelo pélvico. La intimidad que requiere dicha parte del cuerpo contrasta con el lucimiento de cacha que se ve con frecuencia en el gimnasio. En esta pequeña cabina todo es tensión, seriedad, melifluo tono de voz, muchos problemas psicológicos no tratados (porque también parece que es una parte privada de la sanidad), también problemas sociales, ansiedad por ambas partes y silencios, largos e interminables silencios que no sabes bien como aderezar pues debes mantenerte en la frontera que separa la ambivalente incomodidad que pueden generar tanto a ausencia como la presencia de voces.  De modo que es un sinvivir que, quieras que no, te va tirando piedrecitas pequeñas y constantes en tu cabecita, más aún cuando te comparas con tus alegres y vivarachos compañeros de allí afuera, ese lugar que a ti te parece ya el espacio exterior.
Llevas ya tres horas y media metida en esa cabina, te queda más de la mitad de tu jornada. Sólo al final, tu coordinadora ha decidido ponerte un par de pacientes fuera de tu celda, quizá le has dado algo de pena...El descanso te sabe a poco y el café amargo, porque no supone más que una inflexión brevísima sobre la misma nada. Hasta este punto no has querido comentar nada de los olores. Los olores, sí...los olores. No estás tratando a perfumadas modelos de pasarela, sino a pacientes en su mayoría de bastante edad, con problemas importantes allí abajo, la mayoría con buena higiene, pero otras con cuestionable trato a su zona púbica. ¿Es tan difícil darse un agua con jabón de tanto en cuando?  Más aún si vas a visitar a una profesional sanitaria. Pienso yo que no es tan difícil no es, pero no se debe cuestionar (¿o sí?) la metodología de cada cual. El caso es que además, aunque no lo queramos, es una zona que desprende olores internos y es normal que en una sala sin ventilar, como en la que estás, pues se acumule allí cierta esencia que te va llegando. Suerte que las mascarillas palian en parte este problema, pero creedme...NO ES AGRADABLE.

Y ahora llega el turno de perder el dedo. Fucking masaje perineal. Como siempre el masaje...Pero este es uno de los más duros que existen. ¿No hablamos de esto? ¿También es tabú mencionarlo? ¿Poco profesional? Me da igual, y no pienso así. El masaje perineal es INFERNAL. Infernal para quien lo hace y puede que para quien lo reciba si no se hace bien. TE DEJAS LOS DEDOS. Así literal. Primero, tienes que acceder a la zona más íntima existente en el mundo para la mujer y aunque tengas un permiso (no escrito) para ello, a mi no deja de darme palo desde el minuto uno hasta el último en el que estoy allí dentro. Lo segundo, que a ver lo que hay, o lo que te encuentres, pues joder....Lo tercero, que como tengas que presionar para ver si hay respuesta o para conseguir algo deseado, vete preparándote para recibir un diagnóstico de artrosis incipiente en tus interfalángicas y metacarpofalángicas. Posición menos funcional y más lesiva para aplicar una técnica no conozco, pero...¡es que no hay otra! ¡Ahí te pudras fisioterapeuta de suelo pélvico! Puede que yo lo haga fatal (ya he confesado mi falta de voluntad y motivación en el asunto) pero cuando son tantos pacientes, tantos días, tantas veces...algo no funciona bien ahí. Lo dicho, el INFIERNO de los dedos. Ojalá yo pudiera verlo con la sonrisa y la felicidad de esta compañera (1 millón de visitas ojo):

Por cierto, en mitad de este asunto del suelo pélvico...¿dónde están los ginecólogos? ¿DONDE ESTÁN? Respuesta inmediata: ni están ni se les espera. Tú formas parte de un servicio de rehabilitación, dirigido por un médico rehabilitador que hasta hace dos días sabía lo mismo que tú de suelo pélvico femenino, o puede que mucho menos si lo que le cuelga es un largo apéndice. Entonces, cuando llegó esta necesidad/moda hizo el mismo curso de dos fines de semana que tú, sólo que un par de findes antes, y gracias a ello ahora pasará a valorar y decirte las cositas que has de hacerle a la paciente. Es decir, lo mismo de siempre en los gimnasios de los hospitales, pero con una nueva disciplina. Del mismo modo que no podíamos tener acceso directo con el traumatólogo, lo cual nos ayudaría enormemente en su trabajo, tampoco lo tendremos con el ginecólogo, y nuevamente sólo podremos acudir a su intermediario.

Yo respeto mucho el mundo de rosa ficción, que disfrazado de empoderamiento femenino, veo que prolifera por redes sociales en torno al asunto del suelo pélvico. Valoro positivamente que, pese al disfraz y a cierto tufo que trata de enlazar la consideración de esta zona con la machista posmodernidad de la esclavitud de la teta hasta la adolescencia, el parto con sufrimiento y dolor, o la crianza pluscuamperfecta podamos las mujeres hablar más de problemas que permanecían silentes en nuestras alcobas. Lo único que no termino de entender es la mercadotecnia infinita que nuevamente nos acompaña como profesión, más propia de dependencias de un bazar chino que de profesionalismo sanitario. Y no juzgo si determinados elementos introductorios son más o menos necesarios para lograr el tratamiento adecuado, cuestiono que su venta, difusión y consejo sean hechos de forma nada ortodoxa y no tengan por principio teórico la pauta directa por parte de la fisioterapeuta especialista en suelo pélvico. Y me da igual si la que te habla en un video muy bonito es una fisio que dice ser experta en esta no especialización, si bajo su entrañable sonrisa de Instagram empoderado se esconde el afán por vender y vender más y más cacharrería ginecológica, sea útil o no. Es que cuando una ve que la fisioterapia en suelo pélvico se convierte en el teletienda,  le supuran las trompas de falopio. Y encima ninguno de esos cachivaches sirve para paliar el suplicio infinito del buen masaje perineal.




Comprendan así mi desgracia señoras, pues no sólo esos padeceres se llevan en silencio, sino otros menos sospechados como éste. Al final y al cabo todo se trata de venderos algo, puede que salud o puede que un trozo de plástico que no tendrá mejor uso que el de tope de una puerta, pero el objetivo es vender siempre. Y si no reclamas que te den una fisioterapia de suelo pélvico pública y de calidad, seguirás pagando por ella, la convertirás en cosa de ricos y el silencio sobre tus asuntos de allí abajo, seguirá existiendo esta vez no por tabú, sino por pobreza. Que prefiero fastidiarme con el dichoso masajito antes de que nadie se quede sin su necesario tratamiento.

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