miércoles, 4 de octubre de 2017

Relatos de fisioterapia -> Fisioterapia salvaje (Capítulo 2)

Han pasado tres meses desde que mi pareja me dejó. Tres meses vividos de forma muy inquieta, mi vida ha cambiado radicalmente. Ahora vivo sólo y he aprendido a respetarme. Me sigo acordando de ella como el primer día, pero ya no la echo tanto de menos. Sólo los domingos, cuando he ido al cine, cuando he paseado por aquel lugar...En realidad si que la echo de menos, pero no quiero reconocerlo. Me joder hacerlo, porque cada una de mis lágrimas supone casi un triunfo para ella, que se fue con ese tipo. No sé si es rencor lo que me atenaza, pero no me deja pensar bien.

¿Por la espalda me preguntáis? Más o menos igual. Después de visitar a esos dos fisios e ir mejorando poco a poco, descubrí que nada había cambiado en realidad. Me despierto muchas noches con el dorso dolorido, necesito estirarme un poco y caminar a veces para que se me pase. Luego bebo agua y me acuesto. Me levanto a veces muy cansado y otras, las menos, algo mejor. El otro día un amigo me dijo que me encontraba como encorvado. Yo que sé, será el peso de la incertidumbre de no saber que hacer qué hacer. Yo quería estar con ella para siempre y no me imaginaba tener que volver a remontar de cero. ¿Cómo voy a ilusionarme yo ahora? ¿Como voy a ligar? Si yo ya he perdido hasta la práctica en eso...



Después de un último mes sin hacer nada, pensando que quizá el tiempo me lo curaría todo, decidí ir al médico de cabecera para explicarle lo de la espalda. Me recomendó que siguiera yendo al fisio y que me tomara un anti inflamatorio que me recetó, todo eso sin tocarme la espalda. Me derivó por petición mía y me dieron cita con el traumatólogo para...¡dentro de cinco meses! Por favor. ¿Cómo narices iba tan lenta la seguridad social? ¿Cinco meses para ir a un traumatólogo? Que abuso. Que mal. Esta es la imagen que quieren vender desde fuera, pensé, y todo eso que suele decirse cuando se critica a los políticos sobre la mala situación de la sanidad.

Pues nada, al fisioterapeuta mientras tanto. Y a tomar el ibuprofeno. Esta vez decidí investigar por mi cuenta e ir a un fisio nuevo. El chico lo hacía bien, pero no me había resuelto el problema del todo. La chica me parecía demasiado mística. Además, yo quería algo más efectivo, no podía permitirme ir todo el rato al fisio, porque era muy caro. De modo que estuve investigando por internet en busca de recomendaciones o de algún profesional de referencia que pudiera tratarme bien. Descubrí que existía una cosa llamada punción seca, que te pinchaban en los puntos dolorosos que tenías en la espalda y te dejaban mucho mejor. ¿Pinchar? Creo que nunca he tenido miedo a las agujas, ni de pequeño, así que podía probar a ver. Me dirigí a una clínica cercana a mi trabajo esta vez, donde practicaban esta técnica, pedí cita al salir.

Esta clínica era grande, parecían trabajar en ella muchos profesionales. A mí me asignaron a un tal Javier que se encargaría de mi dolencia. El chico me preguntó muchas cosas y yo le relaté todos los acontecimientos y tratamientos hasta llegar aquí. También le dije lo de mi novia y lo de que un fisio me había dicho que eso tenía relación con la octava dorsal. Me miraba sorprendido y sonreía, cuando acabé mi relato comenzó a palparme la espalda con fuerza y localizó un punto que parecía dolerme más. Allí presionó un poco.

- Tienes varios puntos gatillo. Te los voy a pinchar.



Me hizo firmar una hoja de autorización porque lo que iba a hacer era un procedimiento invasivo, una especie de papel donde se relataban posibles consecuencias dañinas, para curarse en salud. La verdad que me acojoné un poco, aunque él trató de relajarme. Después me tumbó boca abajo, me exploró un poco y...¡zasca! Una banderilla, como a los pobres toritos. Y de nuevo...¡zasca! ¡Y hasta tres! Mecagüendios, como dolía aquello. Después se dedicaba a darles vueltecitas, subirlas arriba y abajo y preguntarme que qué sentía. ¿Que qué siento? Pues dolor por todas partes. Ya, pero que si sentía dolor en otros sitios más lejanos, como la mano por ejemplo. Y yo que se. Noto dolor, muy desagradable.

Aunque en realidad no tardó mucho en sacármelos, se me hizo larguísima la sesión, interminable. Creo que era por el dolor tan horrible. Yo que no tenía pánico a las agujas, pero aquello me superaba. Estaba deseando acabar, no sabía si quería ponerme más lanzas de esas o hacerme el harakiri. Después me puso las vendas esas de colores que le había visto a tantos famosos. Me dijo que me las podía dejar varios días, y que me podía duchar con ellas. Que cerdada, pensé, pero bueno, si era lo aconsejado.

Salí de allí decidido a no volver jamás, tanto sufrimiento no me compensaba. La realidad era que ahora tenía toda la espalda sobrecogida, con una sensación además de falta de fuerza e incluso, como si me costara respirar. Debía ser subjetivo todo aquello, pero ir al fisio para que me torturaran así, no sé si era lo más convincente. ¡Joder pero tendré que dar con la tecla en algún momento! Ya casi se estaba convirtiendo en una cuestión de orgullo personal, esta tía me había jodido la vida, pero no me iba a joder la espalda también. Como si me tenía que dejar mucho dinero en el proceso, la cosa no iba a quedar así, lo tenía clarísimo. Mi espalda tampoco.

Días después llegó un buen amigo, muy deportista, que se había ido a vivir a otra ciudad. Como siempre estaba entrenando en el gimnasio, muy metido en el mundillo, le pregunté. Deberías apuntarte al gimnasio, me dijo, que te está saliendo chepa. Ya, pero ahora mismo estoy muy desganado. Pues nada, entonces te recomiendo que vayas a ver a "el brujo". ¿El brujo? Que quién era ese brujo, le pregunté.

- Es uno fisio muy bueno al que yo he ido alguna vez, cuando estaba ya desesperado de algún dolor que no me dejaba ni vivir. Es un poco caro, no te voy a engañar, pero joder con una sóla sesión, me dejó como nuevo. El tipo es un tanto extraño, te atiende en su casa, es lo único malo, tienes que ir hasta allí y no es fácil pillarle porque viaja mucho.

Creo que me dejé impresionar, pero confiaba mucho en el criterio de mi amigo, al cual había visto todo tipo de problemas musculares. Un fisioterapeuta al que la gente llamaba "el brujo" debía ser alguien especial. Por lo visto había sido futbolista profesional en su vida pasada y, harto de lesiones que incluso le llegaron a retirar del deporte, había decidido formarse para dar respuesta a su propia salud y a la de los demás. De paso aprovechaba para ganar algo de dinero, que tampoco había tenido tanto sueldo y renombre como para vivir de sus pasadas rentas en el deporte rey.

Le llamé.


Reconozco que aquella llamada me desconcertó. Y la visita posterior, más que ninguna otra de las que ya había tenido. "El brujo" me había citado para una mañana...¡de domingo! Parecía tener una agenda muy llena y no le importaba trabajar en fines de semana. Para verte con él, había que acudir a un pueblo pequeño cerca de la montaña, donde vivía en una casa pequeña, retirado del ruido, como si se tratara del refugio de un ermitaño. El paisaje parecía acompañar todo el ritual. Me había pedido además que fuera en ayunas, no entendía bien por qué.

Tres golpes en la puerta de madera antigua. Sale un tipo de pelo largo algo enredado, con barba y algo calvo. Me indica que espere en una sala que es la propia entrada de su casa. Al poco sale una mujer con su marido, se van de allí y cierran la puerta.

Me quedé sólo, con la extraña presencia de "el brujo" en una habitación posterior. Al poco salió él y me indicó que esperara un poco más. La amabilidad brillaba por su ausencia. Abrió la puerta, salió y la dejó abierta. Escuché el ruido de un mechero al encenderse, el humo que se colaba desde fuera me confirmaba que el fisio había salido a fumar, algo extraño viniendo de un profesional sanitario. Pero allí todo era extraño, así que decidí no extrañarme más, valga la redundancia. Venía advertido de antemano y lo único que quería era curarme.

Por fin pasé.

Le conté todo, ya parecía casi de risa, era la cuarta o quinta vez que lo hacía, me lo tenía aprendido de memoria. Sólo tenía que irle añadiendo los nuevos capítulos al asunto. De pronto, cuando todavía no había terminado, me interrumpió bruscamente, muy borde.

- Y seguro que te han hecho masajitos y cosas de estas. ¿Verdad?
- Si bueno. La verdad que un poco de todo.
- ¡Bah! - se resignó.- Siempre lo mismo. Siempre van a la consecuencia y nunca a la causa. No tienen ni puta idea.
- Glup.

Casi pudo escucharse como tragué saliva. ¿Y que leches me va a hacer este? Siguió a lo suyo.

- Nunca cambiarán, pero mejor para mí. Nunca hacen lo que tienen que hacer, claro, no les interesa. Es su negocio. Estoy harto de mequetrefes a los que tengo que solucionar siempre la papeleta.



Entonces, sin mediar más palabra, me tumbó en una camilla. ¡Satán! ¡Hijo de tu madre! No lo dijo él. Lo pensé yo al ver lo que me hacía. Me cogió la espalda y empezó a apretarme los músculos de al lado de la columna con una fuerza que debía ser sobrehumana, diabólica. Cogía mis carnes y las levantaba con fiereza, como si no merecieran la pena mi vida y pudiera descuartizarme en cualquier momento. En aquella habitación, que poco tenía que ver con una clínica de fisioterapia, sobre aquella camilla medio desvencijada y con aquellas manos propias de detener búfalos en embestida, "el brujo" hizo honor a su apelativo y practicó su brujería conmigo. Después de un infernal masaje, o lo que quiera que fuese, donde yo estaba convencido que no había nada peor, se detuvo y me pidió que me volteara. Se marchó un momento de la habitación y regresó con un tarro de agua.

- Escupe.
- ¿Cómo? - creía no haberlo entendido bien.
- Que escupas dentro.

Así lo hice, eché un buen gargajo. La baba comenzó a extenderse por el líquido, como formando unos pequeños hilitos densos, como cuatro regueros solidificados con aspecto de plastilina en estiramiento vertical. No parecían ni caer ni subir, mi baba flotaba medio estática en el agua. Un puto asco, en pocas palabras.

- Túmbate boca arriba.

Así lo hice, ¡como para llevarle la contraria! Entonces depositó el tarro de agua sobre mi abdomen desnudo y me dijo que respirara tranquilo, sin moverlo mucho. Estuve un rato haciéndolo. Mientras tanto, él se sentó en una silla cercana a una ventana que había en la habitación.

- ¿Te importa que fume?
- No. No. Si...

Daba igual, la pregunta ya me la había hecho con el cigarro encendido. Parecía el cigarro de después del coito, para él habría sido aquello como un orgasmo terapéutico o algo parecido, que yo era incapaz de comprender. Y sumido en tantas dudas por el procedimiento le dije que yo había probado de todo, que andaba ya desesperado y que qué era aquello que me estaba haciendo con el tarrito, el escupitajo y mi tripa.


- ¿Esto? Esto es la cándida. Un hongo que produce candiadiasis, que es lo que tienes tú. Esto que hacemos es restaurar el equilibrio fúngico del organismo. El dolor que sentías era debido a la inflamación de las vísceras que produce la cándida, pero ya está solucionado. Ya no lo vas a sentir más, porque hemos atacado la causa principal del problema.

Y ya está. De allí salí, con 200 menos euros en el bolsillo y una pequeña sensación de estafa. Al llegar a casa me miré al espejo la espalda. Lo cierto es que estaba roja, como abrasada, con marcas de hematomas que me había causado "el brujo" con sus manos pero también era cierto que hacía mucho tiempo que no me notaba tan recto. Sentía una especie de dolor abrasivo, que no tenía nada que ver con mi habitual dolor de espalda y que era más llevadero. Pasé una semana estupenda, la mejor desde mi ruptura. Mi amigo tenía razón, había acertado con aquella visita. Quizá no era un fisioterapeuta al uso, de hecho, quizá ni fuera fisioterapeuta, porque no vi ningún título colgado en la pared, como hacían los otros, pero era la persona que parecía haber acertado con todo. No tenía ni idea de cómo era posible "restaurar mi equilibrio fúngico"fumándose un cigarro mientras una bacteria flotaba en un tarro de cristal sobre mi tripa, pero lo había hecho.

O eso creía. A la semana siguiente me desperté sudando en mitad de la noche. Un mal sueño quizá, pero habían vuelto los dolores...

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