lunes, 14 de diciembre de 2020

Relatos de fisioterapia: Fisioterapia salvaje

Capítulo 1

Estoy destrozado. Roto. Hundido. El otro día después de un infierno de discusión... me dejó. Me dejó mi novia tras seis años de relación. Esto es lo peor que me ha pasado en mi vida. Desde entonces no levanto cabeza, ando cabizbajo, sin querer hablar con nadie, proyectando sólo una sombra gris de lo que un día fui, un hombre feliz y enamorado, con un proyecto. Así vago, sin rumbo, sin destino. Y en medio de esta oscuridad que me aflige, me entero del motivo de esta ruptura. Hay otro. Un fulano cualquiera, que debe ser mejor que yo, o hacerla más feliz. Qué se yo. Pensarlo me carcome los intestinos y me hace sentir peor de lo que estoy.

Como he estado tanto tiempo de hombros caídos, y sin energía ni para abrir la puerta de mi nueva habitación, que parece una cueva, en comparación con el hogar que compartíamos, me empezó un dolor de espalda insoportable. Creo que el hecho de estar tan abatido emocionalmente, y tan triste, contribuyen con mi dolencia. Me dedico a la informática y paso muchas horas sentado en la silla, no hago gran ejercicio, pero no suele dolerme la espalda de este modo. Esto parece nuevo y son ya varios días los que he pasado así. De modo que decido ir a un fisioterapeuta, a una clínica que hay aquí cerca de esta casa en la que estoy y no me identifico. Cuando llamo, me atiende una chica muy simpática que me recuerda a ella cuando empezábamos. Mierda. Joder. Creo que no hablaba con ninguna chica desde que me dejó, se me hace todo tan extraño...

Me toma los datos pero me dice que no puede darme cita hasta dentro tres semanas. Pues nada. Vaya éxito tienen, pienso. Pero al poco se produce una llamada en mi móvil. Es la misma chica y me dice que se le acaba de abrir un hueco para que me vea el fisio este mismo viernes a las 9 de la noche. Vaya horario más raro, pienso, pero genial que me pueda ver mañana mismo, con lo mal que ando.

Al día siguiente me planto allí a la hora indicada. La chica que me atendió la llamada no parece estar. Me recibe un hombre con pijama sanitario, el fisioterapeuta. Apesadumbrado y jodido, me planto en la camilla boca abajo. El fisio, un tipo joven y musculoso comienza a manosear mi espalda. Creo que lo hace bien, consigue relajarme. Tan sólo le he explicado que me duele la espalda por la zona dorsal y con eso ha bastado. Estando así, empiezo a aliviarme pero a la vez, una pena enorme me invade y sollozo un poco. No sé por qué, pero sin conocerle de nada, empiezo a contarle mi vida a ese hombre. Mi vida, muy resumida, de los últimos días. Respiro tranquilo y le digo que estoy hecho polvo porque me ha dejado mi novia.


Sin yo entender nada, me lo explica. Al parecer, el hecho de haber terminado mi relación me ha causado más daño del que creía, no sólo emocional, ahora también físico. Sin embargo, parece que estoy en buenas manos, porque él sabe solucionar el problema. Un par de crujidos de espalda aquí y allá, y la verdad que me voy a casa bastante mejor. No sé bien que ha hecho, pero diría que me ha curado.


Al día siguiente me levanto en mi cama, de nuevo un frío despertar sin ella a mi lado. Noto la espalda como si me hubieran pegado una paliza, pero es una sensación distinta al dolor que tenía. Así sigo los siguientes días, hasta el jueves, que toca volver a pasarme por el fisio, de nuevo en horario extraño. Este chico no vive, está todo el día en la clínica. Sigo sin conocer a la chica que me atendió, será una empleada suya. Y así sigo, varias sesiones más, siempre haciéndome un procedimiento muy parecido y a casa.

Cuando saco fuerzas de flaqueza, quedo con un amigo para desahogarme. No he vuelto a saber nada de mi ex-pareja desde hace ya tres largas semanas. Hablamos de más cosas, temas banales casi todos, pero entre otros, le comento que estoy yendo a un fisio por mi dolor de espalda. ¿Y qué tal? Pues bien pero...no sé. Realmente me noto igual. Quiero decir...que cuando voy muy bien, pero a los pocos días, otra vez ese dolor.

- Deberías ir a mi fisio. ¡Buah! Es la polla, a mi me quita todos los dolores.
- ¿Y qué te hace?
- Pues no sé, como un masaje raro, pero salgo de allí como nuevo.

Fiándome de él y de su terminología viril para definir las cualidades de su fisio, decido darle una oportunidad y me cambio de fisio. Al otro le aviso de que no puedo acudir por motivos de trabajo, no me pide explicaciones, pero intenta citarme para otro día. Le digo que ya le llamaré.

Me cruzo casi dos barrios en autobús para llegar. Esta clínica parece diferente, menos fría y, no sé como decirlo, más...¿mística? Se nota que está llevada por una mujer, creo que tiene más orden. De hecho, ella, la fisioterapeuta, me recibe con una cálida sonrisa a la hora puntual a la que estaba citado (el otro se retrasaba casi siempre). Me hace pasar a una sala con aspecto acogedor, me hace varias preguntas sobre mi proceso. Le digo que también fui a un fisio y le explico más o menos lo que me hizo, con mis palabras. No le cuento lo de mi pareja, me da corte con ella mirándome. Ella asiente y sonríe todo el rato. Después me pide que me tumbe boca abajo, pone sus manos encima.


Al principio pensé que no era lo que más me convenía que una chica me tocara, aunque fuera profesionalmente, mi imaginación podía llevarme a malas pasadas. Pero pronto me dejé de tonterías y me dispuse a relajarme, a ver qué pasaba. Noté que había un hilo musical sedante y como un ruido de agua corriendo. Ello contribuía con mi tranquilidad. Realmente ya no estaba en el punto inicial de la ruptura, algo más animado pero dolorido, los días iban pasando. La fisio realmente no hacía nada especial, ponía sus manos aquí y allá. Parecía moverme la piel con un movimiento rítmico que sólo ella entendía. Cuando me quise dar cuenta, me puso una toalla por encima y me dijo que me levantar tranquilamente sin prisa. ¿Ya? Pero si sólo han pasado cinco min...¡Ah no! ¡Casi una hora! Una hora desde que llegué . ¿Ya? ¿Cómo era posible? Pero si no me había ni enterado. ¿Me habría quedado dormido con tanto misticismo?

La di las gracias y me marché, no sin que antes me citara. Me dijo que harían falta varias sesiones, así que me compré un bono de diez. Aunque me resultaba todo muy extraño, no dejé de acudir puntualmente a mi cita, dos veces en semana con ella. El objetivo era recuperarme, física y mentalmente. A diferencia del otro fisioterapeuta, ésta si que cambiaba sus procedimientos cada día. Un día, me colocó una especie de piedras calientes encima de la espalda. Otro día me explicó que si me notaba "ir" que "me dejara". No sé a que se refería con eso de "dejarme ir", ella me cogía del brazo y tiraba hacia sí, haciendo extraños movimientos. ¿El brazo? Si a mi lo que me duele es la espalda. Ni idea.

Otro día, el más gracioso, me preguntó que si quería probar algo distinto. Le dije que sí. Sacó una especie de cuencos, que sitúo en distintos lugares, y estuvo haciéndolos sonar. Yo no entendía nada, pero me parecía muy poco serio todo aquello. Creo que si no le dije nada fue porque a veces me sentía mejor y tenía una cálida sonrisa que te conquistaba enseguida. ¿Me estaría enamorando? Puede que sí...



No, realmente no. No podía quitarme a ella todavía de la cabeza. Cada vez estaba menos presente, pero seguía dándome por saco de tanto en cuanto, cuando veía alguna foto suya o alguien cercano me contaba que la había visto. En ese momento todo volvía varios meses atrás, yo quería escupir ese veneno invasor y el dolor de espalda parecía regresar.

- ¿Y qué? ¿Qué tal con la fisio? ¿A qué es guay?
- Pues no sé chico, hace cosas muy raras. Yo no sabía que la fisioterapia iba también de rollos de energías de estos.
- Bueno sí, es un poco mística, pero sales de allí relajado.
- Sí...

No regresé. Me encontraba de nuevo mejor y, una vez consumido el bono de diez sesiones, decidí poner fin a la fisioterapia por el momento. De hecho, tenía la sensación de que si yo no lo paraba, aquello podía extenderse hasta el infinito. Era como si la fisioterapeuta nunca te fuera a dar el alta, de modo que, supongo que no hice bien, pero me la di yo...

Capítulo 2

Han pasado tres meses desde que mi pareja me dejó. Tres meses vividos de forma muy inquieta, mi vida ha cambiado radicalmente. Ahora vivo sólo y he aprendido a respetarme. Me sigo acordando de ella como el primer día, pero ya no la echo tanto de menos. Sólo los domingos, cuando he ido al cine, cuando he paseado por aquel lugar...En realidad si que la echo de menos, pero no quiero reconocerlo. Me joder hacerlo, porque cada una de mis lágrimas supone casi un triunfo para ella, que se fue con ese tipo. No sé si es rencor lo que me atenaza, pero no me deja pensar bien.

¿Por la espalda me preguntáis? Más o menos igual. Después de visitar a esos dos fisios e ir mejorando poco a poco, descubrí que nada había cambiado en realidad. Me despierto muchas noches con el dorso dolorido, necesito estirarme un poco y caminar a veces para que se me pase. Luego bebo agua y me acuesto. Me levanto a veces muy cansado y otras, las menos, algo mejor. El otro día un amigo me dijo que me encontraba como encorvado. Yo que sé, será el peso de la incertidumbre de no saber que hacer qué hacer. Yo quería estar con ella para siempre y no me imaginaba tener que volver a remontar de cero. ¿Cómo voy a ilusionarme yo ahora? ¿Como voy a ligar? Si yo ya he perdido hasta la práctica en eso...



Después de un mes sin hacer nada, pensando que quizá el tiempo me lo curaría todo, decidí ir al médico de cabecera para explicarle lo de la espalda. Me recomendó que siguiera yendo al fisio y que me tomara un anti inflamatorio que me recetó, todo eso sin tocarme la espalda. Me derivó por petición mía y me dieron cita con el traumatólogo para...¡dentro de cinco meses! Por favor. ¿Cómo narices iba tan lenta la seguridad social? ¿Cinco meses para ir a un traumatólogo? Que abuso. Que mal. Esta es la imagen que quieren vender desde fuera, pensé, y todo eso que suele decirse cuando se critica a los políticos sobre la mala situación de la sanidad.

Pues nada, al fisioterapeuta mientras tanto. Y a tomar el ibuprofeno. Esta vez decidí investigar por mi cuenta e ir a un fisio nuevo. El chico lo hacía bien, pero no me había resuelto el problema del todo. La chica me parecía demasiado mística. Además, yo quería algo más efectivo, no podía permitirme ir todo el rato al fisio, porque era muy caro. De modo que estuve investigando por internet en busca de recomendaciones o de algún profesional de referencia que pudiera tratarme bien. Descubrí que existía una cosa llamada punción seca, que te pinchaban en los puntos dolorosos que tenías en la espalda y te dejaban mucho mejor. ¿Pinchar? Creo que nunca he tenido miedo a las agujas, ni de pequeño, así que podía probar a ver. Me dirigí a una clínica cercana a mi trabajo esta vez, donde practicaban esta técnica, pedí cita al salir.

Esta clínica era grande, parecían trabajar muchos profesionales. A mí me asignaron a un tal Javier que se encargaría de mi dolencia. El chico me preguntó muchas cosas y yo le relaté todos los acontecimientos y tratamientos hasta llegar aquí. También le dije lo de mi novia y lo de que un fisio me había dicho que eso tenía relación con la octava dorsal. Me miraba sorprendido y sonreía, cuando acabé mi relato comenzó a palparme la espalda con fuerza y localizó un punto que parecía dolerme más. Allí presionó un poco.

- Tienes varios puntos gatillo. Te los voy a pinchar.



Me hizo firmar una hoja de autorización porque lo que iba a hacer era un procedimiento invasivo, una especie de hoja, para curarse en salud. La verdad que me acojoné un poco, aunque él trató de relajarme. Después me tumbó boca abajo, me exploró un poco y...¡zasca! Una banderilla, como a los pobres toritos. Y de nuevo...¡zasca! ¡Y hasta tres! Mecagüendios, como dolía aquello. Después se dedicaba a darles vueltecitas, subirlas arriba y abajo y preguntarme que qué sentía. ¿Que qué siento? Pues dolor por todas partes. Ya, pero que si sentía dolor en otros sitios más lejanos, como la mano por ejemplo. ¿Y yo que se? Noto dolor, muy desagradable.

Aunque en realidad no tardó mucho en sacármelos, se me hizo larguísima la sesión, interminable. Creo que era por el dolor tan horrible. Yo que no tenía pánico a las agujas, pero aquello me superaba. Estaba deseando acabar, no sabía si quería ponerme más lanzas de esas o hacerme el harakiri. Después me puso las vendas esas de colores que le había visto a tantos famosos. Me dijo que me las podía dejar varios días, y que me podía duchar con ellas. Que cerdada, pensé, pero bueno, si era lo aconsejado.

Salí de allí decidido a no volver jamás, tanto sufrimiento no me compensaba. La realidad era que ahora tenía toda la espalda sobrecogida, con una sensación además de falta de fuerza e incluso, como si me costara respirar. Debía ser subjetivo todo aquello, pero ir al fisio para que me torturaran así, no sé si era lo más convincente. ¡Joder pero tendré que dar con la tecla en algún momento! Ya casi se estaba convirtiendo en una cuestión de orgullo personal, esta tía me había jodido la vida, pero no me iba a joder la espalda también. Como si me tenía que dejar mucho dinero en el proceso, la cosa estaba claro que no iba a quedar así. Mi espalda tampoco.

Días después llegó un buen amigo, muy deportista, que se había ido a vivir a otra ciudad. Como siempre estaba entrenando en el gimnasio, muy metido en el mundillo, le pregunté. Deberías apuntarte al gimnasio, me dijo, que te está saliendo chepa. Ya, pero ahora mismo estoy muy desganado. Pues nada, entonces te recomiendo que vayas a ver a "el brujo". ¿El brujo? Que quién era ese brujo, le pregunté.

- Es uno fisio muy bueno al que yo he ido alguna vez, cuando estaba ya desesperado de algún dolor que no me dejaba ni vivir. Es un poco caro, no te voy a engañar, pero joder con una sóla sesión, me dejó como nuevo. El tipo es un tanto extraño, te atiende en su casa, es lo único malo, tienes que ir hasta allí y no es fácil pillarle porque viaja mucho.

Creo que me dejé impresionar, pero confiaba mucho en el criterio de mi amigo, al cual había visto todo tipo de problemas musculares. Un fisioterapeuta al que la gente llamaba "el brujo" debía ser alguien especial. Por lo visto había sido futbolista en su vida pasada y, harto de lesiones que incluso le llegaron a retirar del deporte, había decidido formarse para dar respuesta a su propia salud y a la de los demás. De paso a ganar algo de dinero, que tampoco había tenido tanto sueldo y renombre como para vivir de ello. Así que allí llamé.


Reconozco que aquella llamada me desconcertó. Y la visita posterior, más que ninguna otra de las que ya había tenido. "El brujo" me había citado para una mañana...¡de domingo! Parecía tener una agenda muy llena y no le importaba trabajar en fines de semana. Para verte con él, había que acudir a un pueblo pequeño cerca de la montaña, donde vivía en una casa pequeña, retirado del ruido, como si se tratara del refugio de un ermitaño. El paisaje parecía acompañar todo el ritual. Me había pedido además que fuera en ayudas, no sabía por qué. Tres golpes en la puerta de madera antigua. Sale un tipo de pelo largo algo enredado, con barba y algo calvo. Me indica que espere en una sala que es la propia entrada de su casa. Al poco sale una mujer con su marido, se van de allí y cierran la puerta.

Me quedé sólo, con la extraña presencia de "el brujo" en una habitación posterior. Al poco salió él y me indicó que esperara un poco más. La amabilidad brillaba por su ausencia. Abrió la puerta, salió y la dejó abierta. Escuché el ruido de un mechero al encenderse, el humo que se colaba desde fuera me confirmaba que el fisio había salido a fumar, algo extraño viniendo de un profesional sanitario. Pero allí todo era extraño, así que no me extrañé más, valga la redundancia. Venía advertido de antemano y sólo perseguía curarme.

Por fin pasé.

Le conté todo, ya parecía casi de risa, era la cuarta o quinta vez que lo hacía, me lo tenía aprendido de memoria. Sólo tenía que irle añadiendo los nuevos capítulos al asunto. De pronto, cuando todavía no había terminado, me interrumpió bruscamente, muy borde.

- Y seguro que te han hecho masajitos y cosas de estas. ¿Verdad?
- Si bueno. La verdad que un poco de todo.
- ¡Bah! - se resignó.- Siempre lo mismo. Siempre van a la consecuencia y nunca a la causa. No tienen ni puta idea.
- Glup.

Casi pudo escucharse como tragué saliva. ¿Y que leches me va a hacer este? Siguió a lo suyo.

- Nunca cambiarán, pero mejor para mí. Nunca hacen lo que tienen que hacer, claro, no les interesa. Es su negocio. Estoy harto de mequetrefes a los que tengo que solucionar siempre la papeleta.



Entonces, sin mediar más palabra, me tumbó en una camilla. ¡Satán! ¡Hijo de tu madre! No lo dijo él. Lo pensé yo al ver lo que me hacía. Me cogió la espalda y empezó a apretarme los músculos de al lado de la columna con una fuerza que debía ser sobrehumana, diabólica. Cogía mis carnes y las levantaba con fiereza, como si no merecieran la pena mi vida y pudiera descuartizarme en cualquier momento. En aquella habitación, que poco tenía que ver con una clínica de fisioterapia, sobre aquella camilla medio desvencijada y con aquellas manos propias de detener búfalos en embestida, "el brujo" hizo honor a su apelativo y practicó su brujería conmigo. Después de un infernal masaje, o lo que quiera que fuese, donde yo estaba convencido que no había nada peor, se detuvo y me pidió que me volteara. Se marchó un momento de la habitación y regresó con un tarro de agua.

- Escupe.
- ¿Cómo? - creía no haberlo entendido bien.
- Que escupas dentro.

Así lo hice, eché un buen gargajo. La baba comenzó a extenderse por el líquido, como formando unos pequeños hilitos densos, como cuatro regueros solidificados con aspecto de plastilina en estiramiento vertical. No parecían ni caer ni subir, mi baba flotaba medio estática en el agua. Un puto asco, en pocas palabras.

- Túmbate boca arriba.

Así lo hice, como para llevarle la contraria. Entonces depositó el tarro de agua sobre mi abdomen desnudo y me dijo que respirara tranquilo, sin moverlo mucho. Estuve un rato haciéndolo. Mientras, él se sentó en una silla cercana a una ventana que había en la habitación.

- ¿Te importa que fume?
- No. No. Si...

Daba igual, la pregunta ya me la había hecho con el cigarro encendido. Parecía el cigarro de después del coito, para él habría sido aquello como un orgasmo terapéutico o algo parecido, que yo era incapaz de comprender. Y sumido en tantas dudas por el procedimiento le dije que yo había probado de todo, que andaba ya desesperado y que qué era aquello que me estaba haciendo con el tarrito, el escupitajo y mi tripa.


- ¿Esto? Esto es la cándida. Un hongo que produce candiadiasis, que es lo que tienes tú. Esto que hacemos es restaurar el equilibrio fúngico del organismo. El dolor que sentías era debido a la inflamación de las vísceras que produce la cándida, pero ya está solucionado. Ya no lo vas a sentir más, porque hemos atacado la causa principal del problema.

Y ya está. De allí salí, con 200 menos euros en el bolsillo y una pequeña sensación de estafa. Al llegar a casa me miré al espejo la espalda. Lo cierto es que estaba roja, como abrasada, con marcas de hematomas que me había causado "el brujo" con sus manos pero también era cierto que hacía mucho tiempo que no me notaba tan recto. Sentía una especie de dolor abrasivo, que no tenía nada que ver con mi habitual dolor de espalda y que era más llevadero. Pasé una semana estupenda, la mejor desde mi ruptura. Mi amigo tenía razón, había acertado con aquella visita. Quizá no era un fisioterapeuta al uso, de hecho, quizá ni fuera fisioterapeuta, porque no vi ningún título colgado en la pared, como hacían los otros, pero era la persona que parecía haber acertado con todo. No tenía ni idea de cómo era posible "restaurar mi equilibrio fúngico"fumándose un cigarro mientras una bacteria flotaba en un tarro de cristal sobre mi tripa, pero lo había hecho.

O eso creía. A la semana siguiente me desperté sudando en mitad de la noche. Un mal sueño quizá, pero habían vuelto los dolores...

Capítulo 3

No le deseo a nadie pasar un desamor tan grande como el que yo viví. Cuando uno atraviesa una situación así, perdiéndo al amor de tu vida de la noche a la mañana, el desgarro y la falta de respuestas es tan grande, que la pérdida te deja fuera de comportarte como tú mismo eres durante mucho tiempo. Ya iba para cuatro meses el asunto y mentiría si dijera que no estaba mejor, pero seguía sin estar convencido del todo. En el plano personal, me decidí a salir con una chica que realmente no me gustaba, pero o me obligaba a hacer algo, o me moría del asco.

Una noche que quedamos a cenar me empecé a encontrar indispuesto. Creo que era porque todo me recordaba demasiado a mi ex-pareja, pero sin ser ella, y aquello me revolvía tanto las tripas que me dejaba incómodo. Después se me pasó. Mi pobre acompañante pasó apuro por mí. Decidí entonces contarle lo de mi dolor de espalda y mis aventuras en busca de una respuesta, ya quedaba menos para que me viera el traumatólogo, que parecía el irónico horizonte al que llegaría, a pesar del tiempo de espera, sin encontrar solución a mi problema. Entonces ella me dijo algo que me dejó muy sorprendido.


-¿Has probado la osteopatía visceral? Yo he tenido a veces también dolores de tripa y una vez le consulté a un fisio y me dijo que podía tratarse de una inflamación del hígado o de las tripas. Me dijo que hay algunos dolores de espalda que están relacionados con eso. Me estuvo haciendo una especie de masaje en la tripa y la verdad es que me fue muy bien.

¿Osteopatía viscequé? La verdad que no lo había oído en mi vida, tanto nombre raro en un mundo del que yo antes no sabía nada y ahora, parecía haberse convertido en el centro de mi vida por culpa de la dichosa espalda. La dije que no tenía ni idea de que era eso, pero que había probado de todo y estaba un poco harto. Le di las gracias por el consejo, pero lo descarté.

Pero en realidad no lo descarté. De hecho la curiosidad siempre me ha podido y al día siguiente, que me encontraba aún peor y me volvía a molestar la tripa, estuve indagando sobre el asunto. Hasta ahora yo había acudido siempre a un fisioterapeuta, o eso creía, pero según decían, la osteopatía era una cosa muy distinta. No entendía bien la diferencia, pero quizá un osteopata pudiera ayudarme mejor si el problema era del estómago. No obstante, cuando se lo conté a mi madre le extrañó mucho, pues nunca lo había oído hablar y me pidió, preocupada, que fuera al médico de cabecera. Decidí, por tanto, hacer las dos cosas.

Lo primero fui al médico. Esta vez si que me dedicó más tiempo a explorarme. Me preguntó por la espalda también, pero no vi que le diera ninguna relación al asunto de la tripa. Él más bien pensaba en gastroenteritis, así que me mandó suero y una medicación. Si la cosa persistía, veríamos. Le dije que si me podía ver el de digestivo, pero pensó que no era necesario y me mandó esperar. Así que me fui igual que había venido.


Esa misma tarde fui a la osteópata que me había recomendado la chica sin gracia con la que salía ahora. La mujer me estuvo preguntando por los síntomas de ambos problemas, espalda y tripa y después de tocarme un poco, concluyó que tenía una inflamación de intestinos, de modo que haríamos algunas maniobras que me relajarían. Un masaje en la tripa, como aquel que me dio, no es lo más desagradable cuando estás así, pero aún así consiguió su objetivo. Creo que mejoré momentáneamente. Al día siguiente regresé. Además de repetirme el proceso esta vez me recomendó que hiciera una limpieza hepática. Ella percibía también que podía ser que mi hígado tuviera algún tipo de disfunción, quizá debida al acúmulo de secreciones a lo largo de mi vida y que era muy recomendable que lo hiciera. Le conté también lo de la cándida, pues parecía tener similitud con lo que me había contado "el brujo" y me respondió que todo podía estar relacionado.

- Entonces, ¿qué tengo qué hacer? Voy al médico y le digo que me miren el hígado para una limpieza.
- No no, hombre no. - se rió.- Eso lo puedes hacer tú en casa sin problemas. Bueno, al médico puedes si quieres, pero lo mejor es que te lo prepares tú mismo. Los médicos no saben de estas cosas. Mira, en este vídeo está todo perfectamente explicado.


Y así me fui. Me di cuenta, de que ambos, médico y osteópata, me habían mandado un tratamiento que pasaba por meter cosas en mi tripa. Uno suero y la otra...bueno, un montón de productos que yo no había oído jamás. Que si ácido málico. Que si sales de Epson. Además de zumo de pomelo, manzana, aceite de oliva, etc. Decidí hacer el segundo y desoír al médico, tenía la sensación de que pasaba bastante de mi por lo general y este tratamiento de limpieza hepática sonaba mucho más moderno y novedoso. El fisio que salía en el video lo explicaba todo muy clarito y a juzgar por su volumen de conocimientos, debería estar muy formado en este tipo de dolencias. Ojalá fuera de una vez mi solución definitiva. Tendría narices, tanto acudir a distintos profesionales, para que al final la respuesta la encontrara en la red.

Me sometí al proceso de siete días de curación que juró que cumplí a rajatabla. La verdad es que no era fácil. Lo primero que hice fue buscar todos esos productos que pedían y que sólo podía encontrar en algún herbolario especializado. Y encontrar un herbolario, precisamente, no fue tarea fácil. Sólo había dos en toda la ciudad, así que me la tuve que cruzar para acudir a uno. Recuerdo que, estando en la cola para que me atendieran, me dio por pensar nuevamente en mi ex. Que curioso, en ese momento me di cuenta de que llevaba un tiempo sin pensar en ella. Esta nueva novieta que me había echado no me gustaba y sabía que aquello no iba a ninguna parte, pero me estaba ayudando a no acordarme tanto de ella. ¿Cuánto ha pasado ya? Cinco meses. Joder. Pues ya es un tiempo sí, y fíjate, aquí sigo, con lo de la espalda, en un herbolario. Que cosas tiene la vida.

Hacer la limpieza hepática me sirvió para darme cuenta de lo mala que estaba siendo mi alimentación, realmente había ganado algo de peso en este tiempo, a base de comer pizzas congeladas y bollos. No me gustaba cocinar y no tenía tiempo, pero me prometí que después de la limpieza, llevaría una dieta más sana. El proceso fue difícil, y tal como decía el fisioterapeuta del video, podía dolerme el último día. Y así fue, pasé una noche de mierda el día de la limpieza, a penas pegué ojo y tuve bastante dolor, aunque nada que ver con aquello que me hizo "el brujo". La esperanza de curarme hizo que me fuera mas leve. A la mañana siguiente, obtuve por fin los resultados.


Saqué, como veis, un montón de piedras verdes, algunas de un considerable tamaño, casi como el de una moneda de 1€. La verdad es que entre la cándida y el hígado me habían tenido machacado, pero ya estaba. No tenía dudas, acababa de soltar todo aquello, que desde luego era de todo menos bueno. Había purificado mis intestinos y ahora no sentiría esa inflamación en la tripa que hacía que me doliera luego la espalda.

Más contento que unas castañuelas, regresé a la osteopata para explicarme los resultados. Me vio tan bien que ni si quiera barajó darme otra cita, se alegró mucho por mí y porque había funcionado su tratamiento. Tan contento estaba, por primera vez, que decidí llamar a mi amiga fuerte y quedar con ella para contárselo. Nos fuimos a cenar, lo pasamos muy bien y acabamos haciendo el amor por primera vez. Parecía que todo iba volviendo a su sitio. Pero sólo parecía...

A la semana siguiente volví a sentir el dolor de espalda. Lo de la tripa era historia, pero la espalda volvía a doler en la zona dorsal. Otra vez los fantasmas, otra vez...y la cosa iba ya para medio año.

Capítulo 4

Cuando uno sufre un proceso como el mío, es capaz de olvidarse de las cosas más elementales. Quizá por ese esfuerzo y deseo de querer dejar atrás una vida anterior, de olvidar el dolor y el daño recibido, la mente se intenta relajar y deja de lado otras cosas que sí que son importantes, apartándolas como a un nicho de la memoria donde recogerlas, una vez estés más centrado. Así pasó conmigo, pues después de tanto tiempo desde que mi pareja decidió terminar con mi relación, caí en la cuenta de que en el trabajo nos hacían una especie de seguro médico al cual teníamos derecho. No había caído en ese importante detalle, quizá porque nunca había tenido necesidad de usarlo, pero teníamos derecho a casi todo y con mayor celeridad y solvencia que en la sanidad pública. Me sentí un completo imbécil, por haber dejado pasar tanto tiempo sin haber hecho uso de él. Y me habría ahorrado mucha pasta. Pero estaba a tiempo, para solventarlo, llamé rápidamente. En pocos días tenía ya cita con el traumatólogo, el rehabilitador y el de digestivo, para que me mirara eso de la tripa y ya puestos, decidí también hacerme un chequeo medico completo, que ya estaba bien de tanta historia.


Creo que mi experiencia con tantos fisioterapeutas y médicos, me había dejado más trastornado de lo que ya estaba cuando se inició todo este proceso. En todo ese tiempo había visitado a un fisio que me crujía la espalda, una fisio mística incomprensible que usaba cuencos y piedras, un médico que no me hacía mucho caso en lo que necesitaba, otro fisio que quería clavarme (y me clavó) varias agujas, un tipo al que llamaban "el brujo" y que había arrasado con mi espalda, una osteópata visceral y ya puestos, otro fisio que salía en un video y que me explicó, sin él saberlo, como hacer una limpieza del hígado. Además, seguía esperando la cita para un traumatólogo de la seguridad social, que nunca llegaba. Tenía la sensación de haber estado rebotando de aquí para allá, como una bola de billar, sin poder caer de una vez en el agujero correcto. Pero esta vez se iba a acabar, porque había llamado a varias puertas a la vez, me iban a atender en tiempo y forma. O eso creía. Lo que no sabía es que lo peor estaba por llegar.

Decidí pedir cita con el traumatólogo, el rehabilitador y el especialista en digestivo. Ya puestos...

La primera visita que hice fue la del médico rehabilitador. Le conté todo mi problema de espalda y prácticamente todo lo que me había dicho cada profesional, sin dejarme una coma. Él me escuchó pacientemente y cuando terminó no pudo evitar reírse.

- ¿De verdad que te han dicho eso los fisioterapeutas? No me hagas reír. Madre mía, como les gusta inventarse cosas y meterse en camisas de once varas. Bueno, hay que decir que no todos son así. Aquí tenemos muy buenos profesionales que te van a atender bien, no te preocupes que yo te derivaré al fisio. Tú lo que necesitas es una buena rehabilitación.

Pues nada, que bien. Aunque tampoco sonaba nada novedoso eso de "una buena rehabilitación", el asunto fue rapidísimo. Al día siguiente estaba en el fisio ipsofacto, en una clínica privada que trabajaba con sociedades médicas. Bueno, estar, estaba yo...y unos cuantos más, la verdad es que éramos muchos los que parecíamos citados a la vez. Habría varios fisioterapeutas.

- Fulanito de Tal. Pase.- me dijo uno con pelo pincho. Parecía muy joven, recién salidito de la universidad. Le seguí. Se detuvo a leer una hoja durante...¿cinco segundos?
- Sí, pues nada yo venía...
- Cervico-dorsalgia. Infra, TENS, onda corta, maso y calor.

No hubo más conversación. Me di cuenta de que me había pasado a una especie de cabina, dentro de una sala más grande que albergaba varias cabinas a su vez, en las que sentí la presencia de más gente. Situó una cuña de forma piramidal sobre una camilla, puso una toalla sobre la cuña, me acercó una silla y me indicó que me sentara, que apoya los brazos en la camilla y enfrentara mi cabeza a la cuña. Así lo hice. Conectó una lámpara de luz roja y me la situó a menos de un metro de mi zona dorsal.

¡Que calor! Era como si me hubieran metido en el horno. Pensé que se había olvidado de mi, y que acabaría con la corteza crujiente como los pollos, pero a los diez minutos regresó. Apagó la lámpara, casi sin mediar palabra y la retiró. Entonces fue hacia un bote extraño de aceite, que no tenía ninguna pegatina de marca que lo identificase, se embadurnó las manos y de paso mi espalda. Al hacerlo, me di cuenta de que aquello no eran manos de hombre, si no de mujer.

- Pero...tú no eres el fisio que me ha puesto la lámpara.- le dije.
- ¿Guille? No, es que está ocupado.
- Ah, ¿y me atiendes tú?
- Sí, es que nos vamos turnando, todos hacemos todo, y cuando uno está libre pues se encarga.

La chica parecía simpática, pero la noté también inexperta. Empezó a masajearme la espalda, sin mucho sentido, sin que yo le hubiera explicado nada. Empecé a cuestionarme las palabras del médico rehabilitador cuando me dijo que él trabajaba con buenos profesionales. De pronto, y mientras andaba yo en estas cavilaciones, la muchacha retiró sus manos de mi espalda y me dijo:

- Bueno. Ahora sécate la espalda con esta toalla y vienes después a la habitación que está justo en frente.
- Pero...

Me dejó muy cortado. Cuando quise reaccionar, la fisioterapeuta ya se estaba lavando las manos y saliendo por la puerta. Qué rápido va todo aquí, pensé. Había estado exactamente cinco minutos de reloj. Será que tiene que ser así.

Pasé a la siguiente habitación. Allí había varios aparatos que parecían máquinas espaciales. Una especie de bidé con un grifo, una camilla con un círculo de plástico alrededor, unos pedales donde había varias señoras entregándose a la causa, mientras no paraban de moverse. La fisioterapeuta apareció de algún lugar y me indicó que me sentara cerca de un aparato que parecía una caja de la que salían dos antenas. Me situó los cabezales de esas cosas detrás en mi espalda, apretó un botón, giró una rueda y me miró.

- Cuando pite, lo dejas como esté y te pasas a la sala grande.

Me parecía tan surrealista todo aquello que no sabía si estaba viviendo un sueño o era realidad. Un señor que estaba situado en frente de mi se aseguró de dejarme bien claro lo cierto que era todo aquello.

-¿Qué? ¿La espalda?

No sabía que se dirigía a mí, pero él lo tenía bien claro. Le extrañaba que siendo tan joven me doliera la espalda, pero me dijo que tenía suerte de que me pusieran ese aparato.

- Yo estoy con la rodilla machacada. El médico dice de ponerme una prótesis, pero mientras aguante no quiero. Por lo menos hasta los setenta y cinco. Tengo setenta. Pero lo único que me quita el dolor es esta máquina, lo demás nada. Ya es la tercera vez que vengo.

Me quedé un rato más de cháchara con ese señor, al menos conversar también tenía algo de terapéutico. Teníamos que elevar la voz debido al ruido de las máquinas (que también emitían un calor inquietante) y a las señoras de los pedales, que parecían estar en el mercado, más que en una sala de fisioterapia. La verdad es que toda la clínica bullía de ruido y actividad, yo no sé las personas que allí habría metidas, pero lo menos eramos veinte a la vez. Descubrí que allí sólo había tres fisios, los dos que ya había conocido y otro.

- Muy majos los tres, aunque a mi el que más me gusta es el que es el jefe de los otros, pero ese casi nunca tiene tiempo.
- No sé.- le dije.- A mi me mandó aquí un médico rehabilitador.
- ¡Ah si! El doctor Pereira. Un tipo bien majo. A ese, cuando se te acaben las sesiones, le dices que te sigue doliendo y ya verás como te manda unas cuantas más. ¿Cuántas te puso?
- Diez

La verdad es que mi contertulio parecía ser ya un veterano de Flandes. Pitó su aparato, se despidió cortesmente diciendo que se iba al láser y se marchó. Empecé a entender el concepto de aquello, parecía una especie de autoservicio de fisioterapia donde, aunque los fisios trataban de situar a los pacientes en los lugares, muchos ya se lo sabían y casi se auto abastecían. Según se había levantado ya había llegado una señora de las de los pedales, a la máquina que había dejado libre mi vecino, al grito de "que me la quitan". Se había colocado ella la máquina en la espalda y esperaba. Me hizo gracia, porque no se había quitado ni el jersey. Sin embargo y para mi sorpresa, cuando la fisio apareció por allí, no le retiró la ropa, sino que le encendió la máquina, con un procedimiento similar al mío y le agradeció a la señora que ya se hubiese situado ella.


Pitó mi máquina después y pasé a la sala grande, no sin antes sortear una cola de varias personas, que esperaban para el láser, según me indicó nuevamente el paisano de antes, que ahora esperaba su turno en el pasillo. Ante mi se abría un lugar algo más amplio que el resto de la clínica, con varias camillas, pelotas grandes y aparatos de gimnasia. Había en el medio una máquina llena de cables y varias personas conectadas a ella, con diferentes partes de sus cuerpos. Guille, el fisioterapeuta que había desaparecido, reapareció en esta ocasión para indicarme que me sentara junto a ellos. Sin decir mucho más me empezó a colocar los electrodos del chisme en mi espalda. Aquello me daba ya algo de mal rollo, pues era electricidad, así que no aguantaba más tanta velocidad y sin sentido y le pregunté:

- ¿Y esto para qué es?
- ¿Esto? - parecía sorprendido.- Es una corriente analgésica, viene muy bien para el dolor.
- Ya. ¿Y tú cómo sabes que a mi me duele? Si yo no te he dicho nada.
- Ya bueno. No me has dicho nada, pero viene escrito en la ficha del médico lo que es y el tratamiento.
- ¿Y qué es?
- Una cervicalgia...¿no?

Se hizo una especie de silencio incómodo. Los otros tres compañeros de silla habían callado al verme. Quise romper la situación, no estaba seguro de haber sido muy correcto, pero mi situación era exasperante y nadie me explicaba nada de todo aquello.

- Perdona, no te quiero incomodar. Es sólo que el doctor me había dicho que me llevaba a fisioterapia y no sabía que era esto, como he estado en otros sitios y nunca me lo habían puesto.
- Ah bueno. Es normal.- me respondió.- tienes que intentar resistir hasta que sientas una molestia. Después te acostumbrarás, entonces lo subes con cuidado con esta ruedecita. Tu canal es el uno. Si tienes dudas, me llamas, o le preguntas a Paco y él te puede ayudar, que es ya un experto de esto.

Paco parecía ser el hombre que estaba a mi vera y que tenía los cables puestos en las lumbares. El caso es que yo seguía sin estar conforme, pero empecé a notar que la corriente recorría mi espalda y le dije que ya era suficiente. Se iba a marchar.

- Oye, pero a mi me gustaría que me explicarais algo mejor, porque no entiendo nada de lo que me pasa, porqué tengo este dolor y esas cosas...
- Bueno. Si quieres luego hablamos, es que ahora tengo un masaje y estamos un poco hasta arriba. No puedo parar que si no mis compañeros me matan.


El caso es que no hubo luego esa explicación. Ni luego, ni al día siguiente. Ni durante el resto de veces que fui. Acudía a aquel lugar sin convencimiento, no entendía nada de lo que allí pasaba. Era como una especie de cuadra llena de ruido. Los pacientes eran ruidosos y maleducados en general,  muy habladores, quejicas y chillones. Se formaban colas en algunos aparatos, como si se tratara de un mercado. Los fisioterapeutas corrían por todas partes, no se centraban en nadie, no te dedicaban más de cinco minutos, pero justificaban que el tratamiento duraba casi una hora, al sumarte todos los tiempos en los que te ponían aparatos y los tiempos de espera entre los aparatos, pues muchas veces había que esperar. Había una especie de club de señoras cincuentonas, que no parecían tener nada mejor que hacer que acudir a aquel gimnasio y utilizarlo como un centro social. Eran peligrosas harpías que andaban al acecho de cualquier aparato que quedara libre, saltándose los imposibles órdenes que los trabajadores trataban de establecer. Algunas llevaban cientos de sesiones, se camelaban al tal Dr. Pereira para que les diera más y más. Después, te miraban de reojo y se dedicaban a ponerte a parir formando pequeños corrillos, cuando les habías pedido que no se colaran en el turno de alguna máquina. Si con alguna palabra pudiera definir todo aquello, creo que sería la de ESPERPENTO.

Terminé, por fin, mi ciclo de sesiones. Estaba igual o peor que cuando entré, defraudado una vez y sin comprender como los fisioterapeutas me podían hacer tan diferentes cosas, según el sitio al que fuese. Ante mi se alzaba la imponente figura del médico rehabilitador, gordo como un tonel. Seguro que ni sabía quien era. Leyó una ficha pequeña.

- Y bien, ¿qué tal?
- Igual.
- No hombre, igual no. Estás en proceso de recuperación. ¿Te sigue doliendo?
- No sé, yo me noto igual.
- Bueno, daremos más sesiones entonces, seguramente te hagan falta unas más.

Creo que el médico creía honestamente en esa basura, pero a estas alturas a mí ya me costaba creer en todo. Salí con el nuevo paquete de tratamiento bajo el brazo, que no variaba un ápice lo anterior. Me resultaba muy pesado tener que acudir cada día allí, un lugar hostil, incómodo y donde los fisioterapeutas no se sabían ni mi nombre. No obstante seguí haciéndolo, tal y como estaba establecido. Entre medias de todo aquello, yo ya había tenido mi siguiente consulta con el facultativo de turno, esta vez, el gastroenterólogo.

Capítulo 5

No sé si los médicos que acaban trabajando para seguros profesionales o compañías de este tipo se sentirán muy orgullosos de su trabajo, en comparación con la sanidad pública, donde es vox pópuli que están los mejores médicos, aunque debo reconocer que conmigo intentaron hacerlo de forma honesta. Yo siempre notaba una cierta desgana, o "bordería", en la atención al paciente. Así fue con el médico de digestivo que tenía delante, un tipo enjuto, con pinta de no haberse reído en los últimos quince lustros. A estas alturas me era imposible explicar correctamente los problemas de salud que había tenido, pues el baile de máscaras y profesionales había sido tal, que no me enteraba ni yo. Además, decir que todo había comenzado hacía seis meses, por culpa de que mi novia me había dejado, sonaba tan irreal como ridículo. Suerte que tenía por costumbre guardar los informes que me fueron dando, aunque no tenía muchos la verdad. Es más, sólo tenía el del médico de la seguridad social. Que raro. Parece que los fisios en los que estuve no tuvieron intención de emitir escrito alguno. ¿Tendría que haberlo pedido?


Este médico me pidió que me tumbara y empezó a palparme la tripa. Se había basado en lo que yo le había manifestado (inflamación del intestino y del hígado, dolor de tripa, etc...) Cuando le pareció bien, me auscultó y luego se sentó.
- Pero, ¿quién te dijo a ti que tenías el hígado inflamado? ¿El médico de la seguridad social?
- No. Un fisioterapeuta.
- ¿Un fisioterapeuta? - el hombre enarcó de golpe las dos cejas. Debían de haber pasado muchos años desde la última vez que había hecho un movimiento así, parecía que le había cansado y todo.- Creo que no escuché bien. ¿Un fisioterapeuta de diagnosticó una inflamación hepática?
- Sí. Bueno, no fue exactamente así. Empecé a ir a una chica que era osteópata por recomendación de una amiga, y me estuvo haciendo una especie de masajes en la tripa. Me sentía bien, pero me dijo que me venía bien hacer una limpieza del hígado mediante una especie de dieta. Me mandó que siguiera un video y así lo hice.
- ¿Un video?
- Sí, un vídeo donde te explicaba cómo hacerlo. Seguí la dieta y la verdad es que al final hice unas heces muy raras, como verdes. Me dijeron que le hiciera una foto para enseñárselo, eran como unas piedras verdes. Me explicó que eran cálculos hepáticos.

El médico me miraba con una cara extrañísima. Como si estuviera escuchando a un marciano. No podía creer que un fisioterapeuta hubiera podido hacer todo eso.
- En casi cuarenta años de profesión médica, dedicado a la gastroenterología, no he oído en mi vida nada parecido. Es más, lo que me estás contando me parece una tomadura de pelo. Una gilipollez, hablando en plata. ¿Limpieza hepática? ¿Hígado inflamado? ¿Pero de dónde sacan esas tonterías? ¿Te han hecho alguna prueba a caso? ¿Como estaba las transaminasas? Ahora va a resultar que los fisioterapeutas son endocrinos...

Su grado de indignación crecía por momentos, en paralelo al componente avinagrado de su cara. Siguió gruñendo toda la consulta y poniendo a parir a la osteópata y a todos los muertos de aquelos que, según él, hablaban sin tener ni puta idea. Decidió que por los síntomas que me contaba, convenía hacer un examen más exhaustivo y algunas pruebas, analíticas, etc.



Vale. Pues nada. Sigamos girando y probando suerte a ver si nos toca algo.

El siguiente turno fue el del traumatólogo. ¡Por fin un traumatólogo! Cuando abrí la puerta de la consulta sentí una especie de extraño alivio, no tanto por lo que pudiera decirme o hacerme, si no por llegar por fin, casi seis meses después, a la consulta de un traumatólogo. Me dio por pensar, mientras me sentaba, que no era justo que una persona tuviera que esperar tanto tiempo para ver a un especialista. Vale que yo no me había acordado de que tenía la posibilidad del seguro médico, pero aquellos que no lo tuvieran, ¿de verdad estaban así de vendidos? ¿Por qué era tan lento todo el proceso a través de la sanidad pública? Estamos hablando de meses. Seguro que es lo que le conviene al político de turno.

Aún a día de hoy me pregunto, ¿por qué hay traumatólogos que no tocan?

- Pues nada, todo esto, todo lo otro, lo de más allá...Todo esto me pasa, ¿sabe doctor? - por resumir.
- Haremos una radiografía de columna.

Pues nada. Si ya lo sabía. Tanto esperar para eso.

- ¿Y mientras tanto?
- ¿Está usted haciendo fisioterapia?
- Sí, pero ya estoy harto de fisioterapia y a mí me sigue doliendo.
- Ya, lo entiendo, pero el rehabilitador está controlando el proceso, eso debe indicárselo a él.

Y con las indicaciones subsiguientes de algún ejercicio de columna y sin casi mirarme, buenos días y véngase la semana que viene con la prueba ya realizada.


¿Por dónde íbamos ya? Recordáis, mis queridos lectores, que me había dejado mi novia. Todo aquello que os conté de que estaba echo una mierda. Días grises, ganas de querer morirme y este dolor que me sobrevino, tan traicionero. Este dolor que me ha traído hasta aquí, a contaros este largo relato. Este mismo dolor que me ha echo pasar por infinidad de profesionales sanitarios, hasta llegar aquí. Pues bien. Podría decirse perfectamente que un dolor derrotó al otro. Es decir, mi mecanismo de gestión del sufrimiento causado por la pérdida de mi pareja ha sido reemplazarlo por un dolor que ha ido superándolo en intensidad, pero que sobre todo, ha ganado la batalla por cansino. Porque este dolor, yo ya no sé si es fruto de mi cabeza, o si es tan pesado que hace que te olvides de todo lo demás. Pues a estas alturas, casi medio año después, ya casi no me acuerdo de mi novia, tan sólo para cagarme en sus muertos cuando me viene en gana o cuando me arrechucha la espalda con alguna nueva crecida de intensidad.

Eran las 10 de la mañana. Ese día decidí hacer lo que me diera la gana en la granja de fisioterapia en la que estaba metido. Los fisios ni se enteraban. Me estuve media hora en el pedalier yo sólo. Las señoras me miraban entre extrañadas y enfadadas, porque sabían que les estaba jodiendo su secuencia, pero me daba igual. Cuando terminé, me decidí a probar eso del láser, así que me puse a la cola con los demás. Cuando llegó mi turno le dije al fisio, un chico nuevo que se había incorporado en sustitución de la chica, que había dejado ese trabajo, que era en la rodilla. Ahí mismo. Cinco minutos dándome una luz roja y yo con unas gafas espaciales que me hicieron ponerme. Al menos una experiencia nueva. Luego me puse una corriente, para disimular y acabé tumbado en una camilla que vi libre, con los ojos cerrados y haciendo un ejercicio con un palo, que veía que lo hacía todo el mundo, así que debía de ser buenísimo. Eso me sirvió para refrescar un poco la mente.

- La semana que viene por fin veo al traumatólogo de la seguridad social. Que bien. Aunque total, seguro que ni me toca.

Al salir de allí les deseé a todos un buen fin de semana. Era el último que tendría yo tranquilo.

Capítulo 6

Era un centro de especialidades, lo que toda la vida mis padres habían tenido a bien llamar ambulatorio. Antes de llegar allí ya había acudido al traumatólogo de la mutua, con el CD de las radiografías que me habían hecho en otro lugar. No veía nada raro, posiblemente serían contracturas. Todo lo achacaban a mi condición de informático sedentario. Y al parecer esas contracturas debían de ser muy gordas, pues no había fisio en la tierra capaz de quitármelas. Eran todo alivios pasajeros, que no conseguían devolverme al statu quo anterior.

Por fin llegó mi turno. Por fin. Por fin. Por decir algo...



La sala era fría, el ambiente era muy frío, todo muy extraño aquella mañana. Me hubiera gustado estar acompañado ese día. Quizá por mi primera pareja, con la que empezó todo este extraño procedimiento. Quizá por la segunda, la que me hizo cabalgar a nuevos lugares de locuras. Quizá por mi madre, la que siempre cuidó de mi realmente.

Después de las presentaciones de rigor, me agradó saber que el traumatólogo me miraba a los ojos e iba al grano. Era un chico joven pero bastante atento, no se tomó en broma mi dolor y me dejó explicarme tranquilamente. Cuando terminó me solicitó el CD de las radiografías. Lo introdujo en el ordenador. Que obsoletos están, pensé, todavía sin usar pen-drives en la sanidad. Yo que me dedicaba a la informática. Con cara de pasmarote esperé su veredicto, pero este no llegaba...

Me pidió disculpas y me dijo que quería llamar a un compañero, no debía tenerlo muy claro. Salió de la sala y me dejó allí sólo, como con un vacío sepulcral. Quince minutos después regresó para darme la ostia de mi vida en las narices. Me dijo que me iba a pedir una analítica, una resonancia y una biopsia. ¿Una biopsia? ¿De qué? De hueso...Yo no sabía ni que aquello era posible. Eso me sonaba a cáncer...¿Cáncer? Giró la pantalla del ordenador y me lo explicó.


- Esta especie de masa de color distinto en esta vértebra de aquí, me invita a pensar que pueda haber algún tipo de malformación celular. Sin saber bien lo que es, eso nos lo dirán mejor las pruebas, no debemos dejarlo pasar. En este punto además se aprecia una cierta desviación de la curva en la espalda, como un inicio de escoliosis. Hay escoliosis secundarias a malformaciones óseas y ello puede generar dolor, aunque su dolor también puede estar asociado a la propia tumoración del hueso.

Tumoración. Al escuchar esa palabra lo demás dio igual, no sabía si se le había escapado al médico desde su subconsciente, pero la palabra estaba ya servida. A continuación me hizo toda una serie de preguntas a cerca de mi dolor como no había escuchado nunca. Que si algo me lo calmaba, que si era por la noche, que si iba a más, que si me hacía encogerme...Pero a mi me daba igual, creo que respondía casi de forma automática y sin darme cuenta, mi cabeza estaba medio abstraída sopesando la probabilidad de que realmente tuviera algún tipo de cáncer. El traumatólogo no se dio mucha cuenta, pero me acababa de dejar ko.

Salí de allí con más preguntas que respuestas pero incapaz de formulármelas. Ahora con la reflexión todo se ve distinto, pero entonces no hubiera podido describir la batalla interior que se libraba dentro de mí. Cáncer. Esa palabra tiene un poder superior a todas las demás. Es decirla y paralizarse el mundo. Maldita epidemia. Un tumor, un cáncer. Una mierda. Una mierda de células malformadas que están en tu cuerpo y avanzan imparables para matarte. ¿Voy a morir? ¿Voy a morir? ¿Tan joven? Y ya? ¿Esto ha sido mi vida? ¿Ésto ha sido todo? ¿Sólo esto? Joder. Joder. No cesaba de preguntármelo todo el rato.

Los siguientes días estuve encerrado en mi casa, sólo. Cerré las persianas, las puertas. En el trabajo dije que me sentía indispuesto, que no podía ir. Contesté alguna llamada de mi madre con evasivas y a la que se supone que era mi pareja no la cogí el teléfono. No encendí el ordenador al principio, pero luego sí. Y empecé a leer y leer. Y a leer. Mal hecho. Mal, joder. Sólo leía mierdas, veía fotos de tumores y las quitaba rápidamente de mi vista. No leía la palabra muerte, pero ésta parecía estar escrita en cada letra. Me mantuve en un estado de paranoia de la que nada me sacaba.

Hasta que un día, una llamada de teléfono, lo hizo.


El médico sonó grave. Era grave. Era cáncer. Sí, confirmado. Un osteosarcoma. Después de todas las pruebas, faltaban los resultados de la metástasis.

En ese punto recobré algo de cordura. No sé si pasé por esos pasos que dicen los expertos, negación-aceptación y todo ese rolló que también leí en algún momento. El ¿por qué a mí? acudía todo el rato, como un perro rabioso para comerme por dentro. Las horas tirado en el sofá eran incontables. Ni siquiera encendía la tele y me levantaba sólo para hacer mis necesidades. Un día me miré al espejo y me encontré todavía más cheposo, como viejo, derrotado por la vida, la corta vida que parecía que podía tener. No se puede describir la sensación de impotencia, nadie que no lo viva lo entendería del todo, pero la angustia y la soledad me destrozaban por dentro, aunque creo que no era muy consciente. Quería estar sólo. Sólo hasta que tuviera más claro lo que hacer. Seguía sin querer saber nada de nadie, era mi batalla personal, todo el mundo me estorbaba. Volví a ir al trabajo, pero me comportaba con los compañeros de forma hostil, a penas hablaba con nadie y regresaba lo antes posible a mi cueva. Tampoco ponía la calefacción y eso a pesar del frío que hacía, pero aquellos días yo me sentía inerte, nada me preocupaba más allá de lo que me habían dicho. Ni mi aspecto, ni mi historia, ni mi vida...¿Y si acababa con todo? Quizá era más fácil, menos sufrimiento. Sólamente un salto, un momento de horror y...

¡No! Mi vida no podía terminar así, no quería que así fuese.Merezco más. Merezco vivir joder. ¿Por qué lo voy a merecer? A ver...¿por qué? Quien soy yo diferente a otro para poder merecerlo.

Luchando por sobrevivirme a mí mismo, un día pude juntar ideas y cavilar sobre el proceso que me había llevado hasta aquí. No era mucho, no servía y no me iba a curar, pero si que me sirvió para darme cuenta de una cosa.

1) Primero acudí a un fisioterapeuta de mi barrio que achacó mi ruptura a un problema en la vértebra D8
2)  Después a otra fisioterapeuta que me trataba de un modo místico, hablándome de energías y con un componente extra de relajación en sus sesiones
3) Después fui al médico de cabecera, me recomendó que siguiera yendo al fisio y me derivó al traumatólogo. No me tocó.
4) Después fui a otro fisio que me clavó sus agujas y me puso unos vendajes.
5) Luego acudí a ese que llamaban "el brujo" en una experiencia extraña en la que me hizo escupir sobre un vaso con agua. Ni si quiera tengo claro que fuera fisioterapeuta.
6) Después volví al médico por un dolor de tripa, me mandó suero.
7) Luego fui a una osteópata que me hizo una especie de masaje visceral
8) A continuación seguí una dieta recomendada por un fisioterapeuta que se supone que me iba a hacer una limpieza de hígado, pues ese decían que era mi problema
9) Luego acudí al rehabilitador de la mutua, que me mandó al fisio sin casi valorarme
10) El siguiente fisio, el de la mutua, o más bien los siguientes, pues cada día era uno, me trataban con aparatos la espalda y me daban masajes muy cortos. Todo era muy confuso allí y no entendía tan poca seriedad.
11) Después acudí al médico de digestivo, que gruñó al conocer que había hecho esa extraña dieta dle hígado y me mandó nuevas analíticas
12) El siguiente fue el traumatólogo de la mutua, que me valoró mejor pero me volvió a mandar a la granja de fisioterapia en la que había estado
13) Regresé a la fisioterapia de la mutua, donde ya se dio el cachondeo final
14) Por último el traumatólogo de la seguridad social sospechó que tenía cáncer y el oncólogo me lo ha terminado de confirmar.

Vale. Después de más de seis fisioterapeutas, cinco médicos y un ¿chamán?, ¿cómo es posible que sólamente uno fuera capaz de sospechar la existencia de un tumor? Me gustaría ser ecuánime y sincero con lo que he vivido. Después de leer tanto, soy consciente de que diagnosticar un tumor óseo no es nada sencillo, ni si quiera detectar claramente alguno de sus signos. Pero no es eso lo que yo critico en esta reflexión. Exceptuando al chamán, al que reconozco que acudí por desesperación en el momento que más perdido me encontraba, entiendo que los demás eran todos profesionales sanitarios. Lo que uno espera de un profesional sanitario es que por lo menos le haga una buena exploración, que no deje cabos sueltos, incluso aunque pueda parecer la cuestión más simple del mundo. A muy pocos de esos a los que acudí les vi anotar los síntomas en un ordenador. Ninguno valoró otras opciones, todos lo achacaban a aquello que más sabían sin preguntarse sobre lo que no sabían. Sin dudar ni un sólo instante. De hecho, sólo aquellos que dudaron fueron los que finalmente me mostraron lo que tengo.

Me han tocado el hígado, las facias, los tendones, los músculos, los huesos...Me han puesto agujas, vendas raras, dietas extrañas...Me han tratado como a un espíritu antiguo, como el mejor cliente del mundo o como a una parte más del ganado...He pasado por todo tipo de situaciones y después de este periplo con conocimiento de causa puedo decir, que no he sido tratado profesionalmente como debía, pues aunque fuera el más in detectable sabía, los profesionales sanitarios a los que he acudido creían saberlo todo y tener las ideas muy claras, y solamente han demostrado no tener ni puta idea de nada. No sé que es, pero está claro que algo falla en el sistema que me hace pasar por 14 sanitarios distintos, públicos, privados y concertados, sin que ninguno tenga a bien dudar sobre mí y sobre mi proceso, cuando era evidente que algo no funcionaba.



Ahora ya quizá sea demasiado tarde, porque sé que me estoy muriendo...

1 comentario:

  1. Los que nos dedicamos a la fisioterapia tenemos muchas historias de estos estilos para contar.

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