jueves, 1 de diciembre de 2016

Relatos de fisioterapia -> Aquella farmacéutica

El aquellos días, como dice la biblia en sus prolegómenos de cuentecillo, trabajaba yo en la clínica más rancia de todas cuantas hubo. Los pacientes, empolillados y abotonados en el pasado, eran una suerte de mezquindad rancia con aroma a putrefacción del régimen franquista, venían con ese olor tan nauseabundo a tabaco negro y sudor, camuflando su peste entre galas y antiguas riquezas, más propias de la aristocracia que de ser usuarios básicos para mis experimentos en camilla. Yo, que acababa de terminar la carrera, uno o dos años ha, como mucho, no tenía aún el manejo suficiente para según que cosas, aunque fue así como aprendí a lidiar con un tipo de personas ingratas y estúpidas pero, que al fin y al cabo, me daban de comer.

Pensar que entre la maleza iba a florecer la flor del azafrán era utópico e imprevisible para mí, pero un día estaba allí, en esa sala de espera, también rancia, con los sillones más incómodos y menos ergonómicos que nunca yo viese. ¡Era una chica joven! Esbelta, guapa, linda...no sé...tenía una carita preciosa, de esas finitas y sin marca alguna. Quizá practicaba un tratamiento facial más efectivo que el de Ramoncín, o quizá, y más probablemente, es que era una de esas personas afortunadas y dotadas de una belleza natural propia, ¡justo como me gustan a mi!

Mi compañero de curro solía disputarme la mala suerte en los pacientes. A ver a quién le tocaba uno u otro...Sin embargo, en esta ocasión, se trataba de buena suerte. Cerré los ojos antes de mirar mi lista, apreté muy fuerte lo que fuese que apretase y entonces los abrí, y lo vislumbré. El nombre de esa desconocida figuraba en mi lista.


Era pelirroja. Joder, pelirroja, como mi ex. Yo que venía siempre buscando esa especie de belleza exótica desde la juventud. Me había marcado mi relación pasada, tan loca como romántica. Ahora, de pronto, me encontraba allí sólo, delante de un pivón que me miraba con cara de inocencia, esperando a que tomara la iniciativa en el tratamiento. En aquella clínica privada, el jefe, viejales traumatólogo veterano, nos dictaba siempre el diagnóstico médico, tal y como había anotado en su valoración previamente, y después, normalmente nos dejaba a hacer, confiaba en nosotros. Y aquel día el médico había dicho: ciática con posible implicación del piramidal...Literal. ¡OH MY GOD! ¡El piramidal! Benditísimo músculo. El secreto mejor guardado de nuestra profesión. Ese músculo con forma de mausoleo de Keops, cuya contractura puede desencadenar sintomatología en el nervio ciático, que pasa justo por debajo, al comenzar su recorrido descendente. Ese músculo que se sitúa en el centro del culo. ¿Qué digo centro? ¡En el epicentro del culo! Y así me había venido a mí, como caída del cielo, una paciente pelirroja guapérrima, con una contractura en el piriforme y, para que engañarnos, con un culazo sobre el que trabajar, que no podías dejar de...valorar. ¿Se puede ser profesional con todos esos extras? La respuesta es...



Era farmacéutica, me dijo, en algún momento. Ya habían pasado varias sesiones de tratamiento con ella. Como cada día, yo deseaba que llegara nuestro momento. O, al menos, el mío. Y es que en cada sesión,que yo prolongaba en exceso a propósito, hablábamos de muchas cosas. Ella, aunque tímida, se descubrió como una perfecta conversadora, una persona que sabía escuchar. Yo, todo lo contrario, al día siguiente ya me había estudiado 1º de farmacia para tener una fuente inagotable de temas de conversación, pero más aún para mi sorpresa, ella no parecía tan interesada en hablar de eso, sino en otras cosas.

Me dijo entonces un día, a los pocos, que estaba mucho mejor, que ya a penas sentía nada de dolor o molestia, que su ciática era cosa del pasado. Mierda, pensé. Para una vez en mi vida que soy buen fisio, ¿tiene que ser ahora con ella? El final era inexorable, nuestras conversaciones se exitinguirían y yo, incapaz de traspasar la barrera de lo profesional, por los múltiples miedos que bajo ella se soslayaban, pensaba que ojalá lo hiciese ella en algún momento, pues me encontraba más limitado que la rotación externa en una capsulitis retráctil. Ojalá llegara el día en que se diera la vuelta y se lanzara sobre mis brazos, leona ella, gatito tímido yo, para perdernos entre la espesura de su largo cabello. Tenía la sensación de que le caía en gracia, la escuchaba reírse y, aún sin saber mucho de ella y nada de su vida personal, quise fliparme pensando que todo esto era posible.



Todos los días, cuando se subía a la camilla, llevaba un pantalón corto de deporte, yo siempre le había indicado que se pusiese ropa cómoda para la sesión. A continuación le bajaba el pantalón, del modo más profesional que sabía, para acceder a la zona. Siempre aséptico, siempe aséptico...me repetía hacia mis adentros. Pero el último día me tenía una sorpresa guardada. Cuando se preparó para la sesión, me fijé en que el pantalón había cambiado, parecía más...¿fino? La indiqué que se tumbara en prono, como siempre, para la valoración final. Entonces me habló.

- ¡Uy! Se me ha olvidado hoy el pantalón. ¿No pasa nada no?
- Eeeh...no.- balbuceé.

Y entonces, las dos neuronas que me quedaban aún en la corteza visual, reaccionaron para indicarme que aquello que llevaba puesto la chica era una minúscula braga blanca, semitransparente, que además la dejaba asomar los cachetes por los laterales, de una forma bastante... curiosa.

- Llevo sólo las bragas - dijo.

Lo dijo. Lo juro. Y giró su cabeza para mirarme mientras lo decía. También lo juro. Por mi abuela, que es sagrada. ¡Joder! ¿A qué venía eso? ¿Qué quería? ¿Que me diera un infarto? ¿Eran imaginaciones mías? Una situación así, siempre imaginándola en mi mente calenturienta, de pronto servida sobre mi mesa camilla. ¿Qué leches hago? ¿Digo? ¿Hago algo? ¡Reacciona! ¿Qué hubierais hecho vosotros? Parece sencillo, pero no...Me podía jugar la vida ahí...¿y si era sólo mi traicionera imaginación?

No lo sé. El caso es que nunca más la vi. Nunca volví a saber de ella. Nunca regresó a la clínica y yo acabé largándome a otro trabajo mejor. ¡Maldita fisioterapia efectiva! Nunca supe si aquello fue una insinuación, si fue algo, si fue nada...Quizá hablar de esto está mal. Quizá no. Yo ya no sé que pensar. Sólo sé que se lo he contado a mucha gente y casi todos me dicen lo mismo: aquel día fuiste un poco pardillo.

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