miércoles, 13 de diciembre de 2017

Relatos de fisioterapia -> Fisioterapia salvaje (Capítulo 4)

Cuando uno sufre un proceso como el mío, es capaz de olvidarse de las cosas más elementales. Quizá por ese esfuerzo y deseo de querer dejar atrás una vida anterior, de olvidar el dolor y el daño recibido, la mente se intenta relajar y deja de lado otras cosas que sí que son importantes, apartándolas a un nicho de la memoria donde recogerlas,una vez estés más centrado. Así pasó conmigo, pues después de tanto tiempo desde que mi pareja decidió terminar con mi relación, caí en la cuenta de que en el trabajo nos hacían una especie de seguro médico al cual teníamos derecho. No había caído en ese importante detalle, quizá porque nunca había tenido necesidad de usarlo, pero teníamos derecho a casi todo y con mayor celeridad y solvencia que en la sanidad pública. Me sentí un completo imbécil, por haber dejado pasar tanto tiempo sin haber hecho uso de él. Y me habría ahorrado mucha pasta. Pero estaba a tiempo, así que para solventarlo llamé rápidamente. En pocos días tenía ya cita con el traumatólogo, el rehabilitador y el de digestivo, para que me mirara eso de la tripa y ya puestos, decidí también hacerme un chequeo medico completo, que ya estaba bien de tanta historia.



Creo que mi experiencia con tantos fisioterapeutas y médicos, me había dejado más trastornado de lo que ya estaba cuando se inició todo este proceso. En todo ese tiempo había visitado a un fisio que me crujía la espalda, una fisio mística incomprensible que usaba cuencos y piedras, un médico que no me hacía mucho caso en lo que necesitaba, otro fisio que quería clavarme (y me clavó) varias agujas, un tipo al que llamaban "el brujo" y que había arrasado con mi espalda, una osteópata visceral y ya puestos, otro fisio que salía en un video y que me explicó, sin él saberlo, como hacer una limpieza del hígado. Además, seguía esperando la cita para un traumatólogo de la seguridad social, que nunca llegaba. Tenía la sensación de haber estado rebotando de aquí para allá, como una bola de billar, sin poder caer de una vez en el agujero correcto. Pero esta vez se iba a acabar, porque había llamado a varias puertas a la vez, me iban a atender en tiempo y forma. O eso creía. Lo que no sabía es que lo peor estaba por llegar.

Decidí, como os digo, pedir cita con el traumatólogo, el rehabilitador y el especialista en digestivo. Ya puestos...

La primera visita que hice fue la del médico rehabilitador. Le conté todo mi problema de espalda y prácticamente todo lo que me había dicho cada profesional, sin dejarme una coma. Él me escuchó pacientemente y cuando terminó no pudo evitar reírse.

- ¿De verdad que te han dicho eso los fisioterapeutas? No me hagas reír. Madre mía, como les gusta inventarse cosas y meterse en camisas de once varas. Bueno, hay que decir que no todos son así. Aquí tenemos muy buenos profesionales que te van a atender bien, no te preocupes que yo te derivaré al fisio. Tú lo que necesitas es una buena rehabilitación.

Pues nada, que bien. Aunque tampoco sonaba nada novedoso eso de "una buena rehabilitación", el asunto fue rapidísimo. Al día siguiente estaba en el fisio ipsofacto, en una clínica privada que trabajaba con sociedades médicas. Bueno, estar, estaba yo...y unos cuantos más, la verdad es que éramos muchos los que parecíamos citados a la vez. Habría varios fisioterapeutas.

- Fulanito de Tal. Pase.- me dijo uno con pelo pincho. Parecía muy joven, recién salidito de la universidad. Le seguí. Se detuvo a leer una hoja durante...¿cinco segundos?
- Sí, pues nada yo venía...
- Cervico-dorsalgia. Infra, TENS, onda corta, maso y calor.

No hubo más conversación. Me di cuenta de que me había pasado a una especie de cabina, dentro de una sala más grande que albergaba varias cabinas a su vez, en las que sentí la presencia de más gente. Situó una cuña de forma piramidal sobre una camilla, puso una toalla sobre la cuña, me acercó una silla y me indicó que me sentara, que apoya los brazos en la camilla y enfrentara mi cabeza a la cuña. Así lo hice. Conectó una lámpara de luz roja y me la situó a menos de un metro de mi zona dorsal.

¡Que calor! Era como si me hubieran metido en el horno. Pensé que se había olvidado de mi, y que acabaría con la corteza crujiente como los pollos, pero a los diez minutos regresó. Apagó la lámpara, casi sin mediar palabra y la retiró. Entonces fue hacia un bote extraño de aceite, que no tenía ninguna pegatina de marca que lo identificase, se embadurnó las manos y de paso mi espalda. Al hacerlo, me di cuenta de que aquello no eran manos de hombre, si no de mujer.

- Pero...tú no eres el fisio que me ha puesto la lámpara.- le dije.
- ¿Guille? No, es que está ocupado.
- Ah, ¿y me atiendes tú?
- Sí, es que nos vamos turnando, todos hacemos todo, y cuando uno está libre pues se encarga.

La chica parecía simpática, pero la noté también inexperta. Empezó a masajearme la espalda, sin mucho sentido, sin que yo le hubiera explicado nada. Empecé a cuestionarme las palabras del médico rehabilitador cuando me dijo que él trabajaba con buenos profesionales. De pronto, mientras andaba yo en estas cavilaciones, la muchacha retiró sus manos de mi espalda y me dijo:

- Bueno. Ahora sécate la espalda con esta toalla y vienes después a la habitación que está justo en frente.
- Pero...

Me dejó muy cortado. Cuando quise reaccionar, la fisioterapeuta ya se estaba lavando las manos y saliendo por la puerta. Qué rápido va todo aquí, pensé. Había estado exactamente cinco minutos de reloj. Será que tiene que ser así.

Pasé a la siguiente habitación. Allí había varios aparatos que parecían máquinas espaciales. Una especie de bidé con un grifo, una camilla con un círculo de plástico alrededor, unos pedales donde había varias señoras entregándose a la causa, mientras no paraban de moverse. La fisioterapeuta apareció de algún lugar y me indicó que me sentara cerca de un aparato que parecía una caja de la que salían dos antenas. Me situó los cabezales de esas cosas detrás en mi espalda, apretó un botón, giró una rueda y me miró.

- Cuando pite, lo dejas como esté y te pasas a la sala grande.

Me parecía tan surrealista todo aquello que no sabía si estaba viviendo un sueño o era realidad. Un señor que estaba situado en frente de mi se aseguró de dejarme bien claro lo cierto que era todo aquello.

-¿Qué? ¿La espalda?

No sabía que se dirigía a mí, pero él lo tenía bien claro. Le extrañaba que siendo tan joven me doliera la espalda, pero me dijo que tenía suerte de que me pusieran ese aparato.

- Yo estoy con la rodilla machacada. El médico dice de ponerme una prótesis, pero mientras aguante no quiero. Por lo menos hasta los setenta y cinco. Tengo setenta. Pero lo único que me quita el dolor es esta máquina, lo demás nada. Ya es la tercera vez que vengo.

Me quedé un rato más de cháchara con ese señor, al menos conversar también tenía algo de terapéutico. Teníamos que elevar la voz debido al ruido de las máquinas (que también emitían un calor inquietante) y a las señoras de los pedales, que parecían estar en el mercado, más que en una sala de fisioterapia. La verdad es que toda la clínica bullía de ruido y actividad, yo no sé las personas que allí habría metidas, pero lo menos eramos veinte a la vez. Descubrí que allí sólo había tres fisios, los dos que ya había conocido y otro.

- Muy majos los tres, aunque a mi el que más me gusta es el que es el jefe de los otros, pero ese casi nunca tiene tiempo.
- No sé.- le dije.- A mi me mandó aquí un médico rehabilitador.
- ¡Ah si! El doctor Pereira. Un tipo bien majo. A ese, cuando se te acaben las sesiones, le dices que te sigue doliendo y ya verás como te manda unas cuantas más. ¿Cuántas te puso?
- Diez

La verdad es que mi contertulio parecía ser ya un veterano de Flandes. Pitó su aparato, se despidió cortesmente diciendo que se iba al láser y se marchó. Empecé a entender el concepto de aquello, parecía una especie de autoservicio de fisioterapia donde, aunque los fisios trataban de situar a los pacientes en los lugares, muchos ya se lo sabían y casi se auto abastecían. Según se había levantado ya había llegado una señora de las de los pedales, a la máquina que había dejado libre mi vecino. Al grito de "que me la quitan", se había colocado ella misma la máquina en la espalda y esperaba. Me hizo gracia, porque no se había quitado ni el jersey. Sin embargo y para mi sorpresa, cuando la fisio apareció por allí, no le retiró la ropa, sino que le encendió la máquina, con un procedimiento similar al mío y le agradeció a la señora que ya se hubiese situado ella.


Pitó mi máquina después y pasé a la sala grande, no sin antes sortear una cola de varias personas, que esperaban para el láser, según me indicó nuevamente el paisano de antes, que ahora esperaba su turno en el pasillo. Ante mi se abría un lugar algo más amplio que el resto de la clínica, con varias camillas, pelotas grandes y aparatos de gimnasia. Había en el medio una máquina llena de cables y varias personas conectadas a ella, con diferentes partes de sus cuerpos. Guille, el fisioterapeuta que había desaparecido, reapareció en esta ocasión para indicarme que me sentara junto a ellos. Sin decir mucho más me empezó a colocar los electrodos del chisme en mi espalda. Aquello me daba ya algo de mal rollo pues era electricidad, así que no aguantaba más tanta velocidad y sin sentido y le pregunté:

- ¿Y esto para qué es?
- ¿Esto? - parecía sorprendido.- Es una corriente analgésica, viene muy bien para el dolor.
- Ya. ¿Y tú cómo sabes que a mi me duele? Si yo no te he dicho nada.
- Ya bueno. No me has dicho nada, pero viene escrito en la ficha del médico lo que es y el tratamiento.
- ¿Y qué es?
- Una cervicalgia...¿no?

Se hizo una especie de silencio incómodo. Los otros tres compañeros de silla habían callado al verme. Quise romper la situación, no estaba seguro de haber sido muy correcto, pero mi situación era exasperante y nadie me explicaba nada de todo aquello.

- Perdona, no te quiero incomodar. Es sólo que el doctor me había dicho que me llevaba a fisioterapia y no sabía que era esto, como he estado en otros sitios y nunca me lo habían puesto.
- Ah bueno. Es normal.- me respondió.- tienes que intentar resistir hasta que sientas una molestia. Después te acostumbrarás, entonces lo subes con cuidado con esta ruedecita. Tu canal es el uno. Si tienes dudas, me llamas, o le preguntas a Paco y él te puede ayudar, que es ya un experto de esto.

Paco parecía ser el hombre que estaba a mi vera y que tenía los cables puestos en las lumbares. El caso es que yo seguía sin estar conforme, pero empecé a notar que la corriente recorría mi espalda y le dije que ya era suficiente. Se iba a marchar.

- Oye, pero a mi me gustaría que me explicarais algo mejor, porque no entiendo nada de lo que me pasa, porqué tengo este dolor y esas cosas...
- Bueno. Si quieres luego hablamos, es que ahora tengo un masaje y estamos un poco hasta arriba. No puedo parar que si no mis compañeros me matan.


El caso es que no hubo luego esa explicación. Ni luego, ni al día siguiente. Ni durante el resto de veces que fui. Acudía a aquel lugar sin convencimiento, no entendía nada de lo que allí pasaba. Era como una especie de cuadra llena de ruido. Los pacientes eran impetuosos y maleducados en general,  muy habladores, quejicas y chillones. Se formaban colas en algunos aparatos, como si se tratara de un mercado. Los fisioterapeutas corrían por todas partes, no se centraban en nadie, no te dedicaban más de cinco minutos, pero justificaban que el tratamiento duraba casi una hora, al sumarte todos los tiempos en los que te ponían aparatos y los tiempos de espera entre los aparatos, pues muchas veces había que esperar. Había una especie de club de señoras cincuentonas, que no parecían tener nada mejor que hacer que acudir a aquel gimnasio y utilizarlo como un centro social. Eran peligrosas harpías que andaban al acecho de cualquier aparato que quedara libre, saltándose los imposibles órdenes que los trabajadores trataban de establecer. Algunas llevaban cientos de sesiones, se camelaban al tal Dr. Pereira para que les diera más y más. Después, te miraban de reojo y se dedicaban a ponerte a parir formando pequeños corrillos, cuando les habías pedido que no se colaran en el turno de alguna máquina. Si con alguna palabra pudiera definir todo aquello, creo que sería la de ESPERPENTO.

Terminé, por fin, mi ciclo de sesiones. Estaba igual o peor que cuando entré, defraudado una vez y sin comprender como los fisioterapeutas me podían hacer tan diferentes cosas, según el sitio al que fuese. Ante mi se alzaba la imponente figura del médico rehabilitador, gordo como un tonel. Seguro que ni sabía quien era. Leyó una ficha pequeña.

- Y bien, ¿qué tal?
- Igual.
- No hombre, igual no. Estás en proceso de recuperación. ¿Te sigue doliendo?
- No sé, yo me noto igual.
- Bueno, daremos más sesiones entonces, seguramente te hagan falta unas más.

Creo que el médico creía honestamente en esa basura, pero a estas alturas a mí ya me costaba creer en nada. Salí con el nuevo paquete de tratamiento bajo el brazo, que no variaba un ápice lo anterior. Me resultaba muy pesado tener que acudir cada día allí, un lugar hostil, incómodo y donde los fisioterapeutas no se sabían ni mi nombre. No obstante seguí haciéndolo, tal y como estaba establecido. Entre medias de todo aquello, yo ya había tenido mi siguiente consulta con el facultativo de turno, esta vez, el gastroenterólogo.

2 comentarios:

  1. No entiendo eso de que un medico se dedique a cuestionar lo que siente el paciente, su dolor ¿ acaso tienen telepatia ? ademas jamas asoman por la sala de rehabilitacion y a vece incluso opinan de como trabajan sus fisios en contra de lo que dice el paciente ¿ son invisibles o caraduras sacadineros ? Me inclino mas por lo segundo

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  2. Añado que lo que cuento me paso en una clinica privada. En la que supuestamente tenia libertad de eleccion de profesional y tratamiento hablandolo con el medico. Libre eleccion de fisio, se le " olvido" a la rehabilitadora, de tratamiento:cambiar un aparato por otro, de reducir sesiones, variar la terapia manual o no hacerla todos los dias ni hablar. Supongo que si reducian sesiones o contenido ( tiempo ) perdian dinero. Por cierto, las excusas que me dieron fueron pobres y se las tumbe enseguida y mi entidad. Por cierto, guiaba mi tratamiento ademas de la rehabilitadora un fisio ( jefe de fisios ) que jamas me vio ni toco ni hablo conmigo hasta que empece a protestar por el tratamiento

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