lunes, 15 de enero de 2018

La osteópata-intrusa del barrio de Pedralbes

Me cuentan, me dicen, me rumorean...hasta que lo confirma una. Pudiera ser una historia más, de un barrio más, de una ciudad más. Pudiera servir esta historia para ilustrar uno de los males endémicos de la profesión: el intrusismo. Es lo que tienen estas fechas, hay que quedar porque sí, porque viene tu vieja amiga de la Cochinchina, donde vive desde hace tres años y aunque la comunicación con ella es ninguna, sirve siempre de buena escusa para encontrarte con quién ya poco tienes que ver, pero que te recuerda a tiempos más felices. La nostalgia es poderosa y peligrosa. Y con esa nostalgia nos sentamos a tomar café por el Raval, para parecer más guiris todavía. ¿Qué tal? Pues muy bien, con mi master en bussines me va genial en London City. ¡Oy nena pues mira que bien! ¿Y la Noemí? Pues a esa la luce bien la vida. Luego viene dice, y se toma algo con nosotras. Mal asunto, pensé, que venga, porque la vamos a tener y no quiero. Y si he venido aquí es porque no quiero parecer hosca, pero es que me lo ponéis muy difícil.

Pedralbes es uno de los barrios más pijos de Barcelona y puede que también del mundo entero. La renta per cápita es altísima allí, cualquier vivienda/palacio se sale de las expectativas de cualquier bolsillo humano. Allí viven las familias más adineradas de la ciudad. Multimillonarios en su mayoría, cónsules, señores que manejan las grandes empresas catalanas y cuyas vidas se salen del común de los mortales. Podría decirse que es un recinto de cierta privacidad, donde sus habitantes pueden por lo general separarse del vulgo. Muchas casas tienen criadas y donas, que se esfuerzan en agasajar a las grandes señoronas cuya única preocupación en la vida es revisar su probador para ver que se ponen ese día o el siguiente. Una vida de mucho lujo, lejos de la plebe.

¿Y por qué cuento todo esto si estamos en el Raval? Para situar al lector sobre el asunto. En ese lugar hay un gran mercado de señoras ricachonas que desean ver sus espaldas bien masajeadas a diario, que les libren de las contracturas provocadas por el estrés diario causado por levantar a su horrendo caniche Poppie agachándose mal. Necesitan que alguien les explique como agacharse bien, que alguien les soliviante esas penas paravertebrales. Esa figura podría ser también la del fisioterapeuta, ya puestos a ganarnos la vida, cualquier paciente puede ser bueno y a nivel privado, no les importará soltar unos €uros de más. Aquí una es tonta, pero digna, sabe que en su profesión no termina de ser deontológico hacer tarjetitas y hacerse ver por el barrio. Puede que algún golpe de suerte me llevase allí algún día, pero de momento eso no se ha producido.


Y en esto que seguíamos tomando el café, el sol despuntaba en la mañana fresca de la navidad y entonces...salió el tema. Entonces cuéntanos de la Noemí, ¿qué tal la va? ¿Que dices que dejó lo suyo para dedicarse a eso de los masajes ? Toma ya, y yo sin saberlo.

Resulta que Noemí es una antigua compañera del instituto que ha dado más vueltas que una veleta en la vida. Después de repetir el último curso de bachillerato, se matriculó en ADE para después dejarlo. De allí viajó por media Europa para vivir la vida, sin hacer nada, a costa de sus padres que se lo permitieron. Cuando regresó, con un novio suizo bajo el brazo, decidió que lo suyo era la estética y anduvo haciendo cursos. También intentó abrirse camino en la gemología y en casi cualquier cosa que se le ocurriese. Como unos caminos parecen llevar a otros, acabó haciendo unos cursos que ya me sonaban algo más..."Miofascial" "Masaje ayuvérdico" "Reiki""Osteopatía. ¡EL HORROR! Desde entonces se dedicaba al fantástico mundo del INTRUSISMO PSEUDOPROFESIONAL EN FISIOTERAPIA, que tantas bocas alimenta gracias a la condescendencia del sistema.

- Pues si nena, resulta que ahora lleva a varias pacientes de estas de Pedralbes, que viven en sus mansiones. Como tiene mucha labia, pues ya sabes, se las ha ido ganando y una por lo visto, que es como la jefa del cotarro, le ha ido vendiendo por ahí como una buena masajista. Y la tía no veas, que si ahora la espalda, que si el pie, que si estos consejitos...El otro día la dije de quedar el sábado por la mañana y va y me dice que no puede, que tiene no se qué curso y luego hace una especie de gimnasia de grupo en la casa de una, que debe tener un gimnasio allí y que junta a todas.
- Ya, es que la Noemí para organizar cosas y llevarse el premio siempre ha tenido mucha labia

Yo callada claro. Pero ya había alguna que me miraba, por si quería aportar algo.


- Y cobra una pasta tía, 80€ por sesión me dijo.
- ¿80€? Ya te digo - añade otra.
- Sí, si ya no hace otra cosa la tía. Vive de eso.
- ¿Tú cuanto cobras tía? - me pregunta a mí.

Tras unos instantes de interna humillación me decidí a responder. La ira empezaba a brotar desde la punta de los pies en sentido craneal.

- Bastante menos.
- Tía, pide más. Mira ésta, que tú por lo menos eres fisio, ella no. ¿No?
- No, ella es osteópata. - añade otra.

Y ya la cosa seguía en ascenso. Yo calentita, sabedora de que la estafa encima se cobra a precio de oro. Mi mente no alcanzaba (ni nunca alcanzará) como puede haber personas con la cara tan dura y el bolsillo tan lleno, y no ponerse ni medio coloradas por lo que están haciendo. Así era Noemí, una compañera de la infancia, ahora intrusa de oficio. Y la vida me ponía ahora, de nuevo, en la incómoda situación en la que sitúa a muchos fisioterapeutas, la de tener que defender su profesión haciendo el speech clásico sobre el intrusismo, para encima no ser bien comprendida, para encima tener que seguir aguantando que todo siga igual y, en el peor de los casos, tener encima un mal rollo directo con una persona con la que no te apetece ni empezar razonar, porque sabes que sería un ataque directo a su orgullo en forma de mentira.

Y en ésto que aparece la interfecta susodicha.

¡Arl! ¡Jarl! Pero no. En contra de lo esperado, todo muy normal, o muy cínico. Allí dos besos para todas y ella, que siempre ha sido muy echápalante, se pone enseguida a hablar de sus batallas. Que si está en una mala situación con el suizo y que si esta ropa o aquella, que si su nuevo corte de pelo. La típica. El caso es que todo parecía transcurrir con bastante normalidad, yo incluso me había tranquilizado y sólo asentía divertida ante las distintas ocurrencias, contenta de ver a estas amigas después de tanto tiempo. Pero entonces, cuándo alguien la preguntó que qué tal con lo suyo...

- Pues muy bien, ya tengo 12 pacientes y estoy pensando incluso en abrir mi propia clínica

Clinipuaj...Casi se me atraganta el último trago en ese momento. Pero aún tenía reservado algo mejor para mí, pues cuando resumió los últimos pormenores de su intruso trabajo, mientras no dejaba de dirigirme inquietas miradas, concluyó con un.

- Es que esto de tratar personas te deja la cabeza también agotada, ¿a que sí COMPAÑERA?

¿Cómpañera? Compañera, dijo. Dijo compañera. ¿Compañera yo? ¿Compañera tuya? Yo. Yo que estudié. No fui la mejor pero al menos estudié. No me jodas. Compañera yo...Tuya...Si tu eres una intrusa, con todas las letras. Cochina intrusa, lo siento, pero eres lacra. La gente como tú es putrefacción para mi profesión...Pero esos pensamientos no hablaban en voz alta, mi cara era más rígida e imperturbable que una máscara de carnaval. Así que asentí con una mueca inamovible. Suerte que las gafas de sol que me acababa de poner contenían la ira explosiva que ardía desde mis ojos, pues en ese momento la hubiera frito a rayos como Cíclope de los x-men.


No pude aguantar mucho más, compañera. La conversación tornó entonces en invenciones terapéuticas por su parte, mientras me lanzaba algún comentario pseudotécnico, que parecía requerir mi aprobación. Las demás disfrutaban, sabedoras de que yo era la débil de las dos, pero no les iba a dejar que lo hicieran por mucho tiempo. Estaban esperando la carnaza, que saltara y la mordiera. Que acabara aquello como el rosario de la aurora. Pero no iba a ser.

Solamente me sentí gilipollas. Aguanté un poco más sonriendo. Me disculpé, me inventé una escusa y me fui.

Allá queda esa, y las cientos de esas y esos que nos siguen mangoneando trabajo e inteligencia.

1 comentario:

  1. Y lo peor de todo es que no pasa nada. No es que moleste la impunidad con la que se mueven algunos intrusos, molesta la impunidad con la que se mueven los intrusos, los extrusos y los ascendidos a los altares de lo místico o la eminencia impulsándose en su título de fisioterapia. Pero esa impunidad procede de la ignorancia y de la incapacidad de los usuarios de reconocer la honestidad o el engaño (o autoengaño) y de la incapacidad de los propios fisioterapeutas de ejercer con honestidad su profesión.
    Estamos vendidos desde dentro y desde fuera, somos carnaza para el Sistema Nacional de Salud, para las mutuas, las policlínicas y para las empresas de formación, cuando no para los propios colegios profesionales o universidades.
    Y lo peor de todo es que esta entrada la habríamos podido redactar muchos y, aunque me reviente, tampoco habríamos criticado a la "COMPAÑERA", dando la batalla por perdida. Parece ser que la gente valora más el marketing que la honestidad.

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